Opinión

La despensa del PP

LO ADVIRTIÓ José Crespo en su discurso de bienvenida: "Lalín es el pueblo de España con más músicos y pintores por metro cuadrado". No es casualidad, por tanto, que a la hora de la comida me tocase en suerte un compañero de mesa con larga trayectoria en el mundo de las orquestas. "Me llamo Félix", se presenta muy formal, "y canto muy bien todas las de Dyango". Casi al unísono estalla una ovación y yo me vuelvo para descubrir a quién aplaude el respetable con tanto entusiasmo. Por ahí andan Pablo Casado, Alberto Núñez Feijóo, el propio alcalde Crespo, Ana Pastor, Alfonso Rueda, María Ramallo... Pero a quien se vitorea en ese preciso instante es a los camareros, que empiezan a desfilar entre las mesas con unas magníficas soperas de porcelana repletas de callos.

Apenas unos minutos antes, el lider nacional y candidato a la presidencia del Gobierno había puesto su granito de arena en la preparación del festín, removiendo los más de mil kilos de garbanzos dispuestos con una cuchara del tamaño de un remo. "¿Pero cuánta comida hay aquí?", preguntaba Casado al jefe de cocina con gesto alucinado. "Bueno... Parece mucha pero tampoco es tanta", le respondía este con ese miedo ancestral del gallego a que nunca sea suficiente. Previamente, sobre el escenario, el renacido alcalde ya se había ofrecido a alimentar al país entero "si el PSOE de Sánchez nos devuelve a los tiempos del hambre. Podéis estar tranquilos, aquí tenemos más de una vaca por cabeza". Después de cuatro años en la oposición, a Crespo se le veía con ganas de mambo y jaleo, pletórico sobre el escenario y visiblemente orgulloso por la demostración de fuerza que los populares del Deza habían organizado a Casado.

Porque aquello, más que un mitin al uso, parecía una gigantesca comunión. Hasta tres castillos hinchables se instalaron el vieja nave de los Montoto para regocijo de los más pequeños, vigilados y entretenidos mientras sus mayores daban cuenta de las sabrosas viandas. Se sirvieron vinos, cervezas y vermú. Se devoraron callos, carne ó caldeiro, castañas y postres típicos de la zona. Se bailó al ritmo de una charanga y, sobre todo, se escuchó y aplaudió a los líderes políticos que desfilaron por el escenario principal: primero el alcalde Crespo, luego María Ramallo, después Alberto Núñez Feijóo y, finalmente, Pablo Casado. "A Ana Pastor la hemos prestado a Madrid", dijo la alcaldesa de Marín y candidata al Congreso en el momento más celebrado de su intervención. "Pero recuerda, Pablo, que los préstamos se devuelven". Arreciaron las palmas para ambas como anticipo de lo que todavía estaba por llegar: el discurso de O Rei.

El presidente de la Xunta salió en modo emperador, como Madonna en las galas de la MTV. Sacó pecho Feijóo de todo lo logrado en Galicia, reprochó a Sánchez su deseo de dividir a la sociedad española y hasta le mostró la libreta donde los gallegos acostumbramos a apuntar las deudas. Pero por encima de todo, ejerció de profesor con un Pablo Casado que lo miraba desde la primera fila como Karanka miraba a Mourinho. Puso a la gente en pie y entregó el testigo al candidato con un abrazo decorado de colores, los de los centenares de banderas ondeadas por los más entusiastas desde la platea. Lo intentó el palentino pero sin demasiado éxito. Las ovaciones fueron decayendo en intensidad y su intervención terminó resultando un tanto larga. "Estase enrollando moito", le dice un simpatizante a otro mientras guardan cola para el baño. "Que nos deixen comer e votar", responde el segundo. Y ese parece ser el sentir general del votante conservador a día de hoy: tiene hambre y está motivado, una mala noticia para quienes confían en la victoria del bloque progresista. Porque Lalín, el kilómetro 0 de Galicia, se mostró una vez más como la despensa inagotable de proteínas para el PP y Casado, aunque no lo parezca, está engordando.

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