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La asesina solitaria

Nada se sabe de Daniele Nardi y Tom Ballard desde el domingo día 24 de febrero. En su última posición hay restos de una avalancha y eso, en el Nanga Parbat, el ochomil que intentaban conquistar, es sinónimo de desgracia... de muerte

nanga

El Nanga Parbat justificó de nuevo su apodo, ganado hace mucho tiempo, al tragarse al italiano Daniele Nardi y al británico Tom Ballard. Este mismo lunes Álex Txikón parte hacia allí para ayudar en las tareas de búsqueda, aunque las esperanzas de encontrarlos con vida son nulas. Txikón se encuentra estos días en el K2 con la idea de ser el primero en alcanzar su cima en invierno. Es como si estás peleando con un león y te avisan de que tus amigos se encuentran  en plena lucha con un tigre. ¿Qué vas a hacer? Pues vas, aunque sepas que poco puedes solucionar.

Nardi y Ballard buscaban la cima cuando una avalancha los sepultó en el fondo de una lista negra que se abrió en el siglo XIX. El Nanga fue el primer ochomil que el hombre intentó conquistar. El inglés Albert Mummery, el mejor alpinista de la época, alcanzó los 7.000 metros. Era 1895 y aún a día de hoy no se ha encontrado su cadáver. Nacía la leyenda de la montaña asesina.

Llegaron después los años 30 del siglo XX, en los que tumbar a los ochomiles era cuestión de estado en la Europa de entreguerras. El Everest, el más codiciado, se lo quedó Gran Bretaña, pues eran los únicos que tenían acceso al Tibet. Italia puso sus ojos en el K2 y Alemania se lanzó a por el Nanga Parbat. Y contra sus imponentes muros se estrelló una y otra vez.

Los intentos terminaban siempre en fracaso, cuando no en tragedia, como la de 1937, en el que fallecieron los 16 miembros de la expedición. Pero Alemania no se iba a rendir. Su cabeza era más dura que la roca del Nanga y con el partido nazi en el poder rendirse no era una opción.

Heinrich Harrer fue arrestado en el Nanga Parbat en 1939. Se fugó y en 1953 escribió ‘Siete años en el Tibet’

La Segunda Guerra Mundial le dio un respiro a la montaña, pero antes tuvo tiempo de ser protagonista de una historia que terminó en las salas de cine. El inicio del mayor conflicto bélico de la historia sorprendió en las laderas del Nanga Parbat a cuatro jóvenes alpinistas alemanes, que fueron arrestados por el ejército británico. Tras cuatro años y medio en prisión, dos de ellos se fugaron y se convirtieron en maquis de alta montaña. Recorrieron 2.500 kilómetros por el Himalaya durante 21 meses hasta llegar a Lhasa, la capital del Tibet, en la que uno de ellos, Heinrich Harrer, se hizo amigo de un joven Dalái Lama y asistió al nacimiento del comunismo en China.

Semejante aventura se convirtió en un libro que Harrer escribió en 1953. Lo titulo ‘Siete años en el Tibet’ y Jean-Jacques Annaud lo llevó al cine en 1997, con Brad Pitt como protagonista.

El mismo año en que el libro de Harrer veía la luz, el Nanga Parbat dio su brazo a torcer. Pero le costó. A cambio, dejó la que tal vez sea la mayor gesta en la historia del alpinismo. Su protagonista fue Hermann Buhl. Formaba parte de una expedición austrogermana que el 1 de julio de 1953 llegó a los 6.900 metros. Una tormenta hizo que el jefe del equipo diera la orden de volver al campamento base, pero Buhl se echó la mochila la espalda y se lanzó hacia al cumbre. Después de 12 horas de caminata alcanzó la base de la pirámide final del Nanga, el punto más alto alcanzado hasta esa fecha. Abandonó sus bastones y comenzó a trepar en piedra por un terreno desconocido hasta llegar a la cima (8.125 metros) tras 17 horas de escalada. Sacó un par de fotos para que quedara constancia de su logro, de su locura, pero como estaba anocheciendo tuvo miedo de que no sirvieran de prueba, así que decidió dejar en la cumbre su piolet.

Después de 41 horas de escalada en solitario se encontró con sus compañeros, que no sabían si estaban viendo a Buhl o a un fantasma

Sin esa pieza, fundamental para el alpinismo, emprendió el descenso como pudo. Pasó la noche a 8.000 metros; sin tienda, comida ni ropa extra, y al amanecer reanudó su marcha hasta que, después de 41 horas de aventura, se encontró con sus compañeros, que no sabían si estaban viendo a Buhl o a un fantasma. Y es que aquélla era una montaña de fantasma. 31 alpinistas habían perdido la vida hasta ese momento en sus laderas.

El Nanga no es una montaña complicada a nivel técnico, como el K2. Es peligrosa por lo grande que es. El resto de ochomiles son las olas más elevadas de un enfurecido océano de piedra. El Nanga es un mar en sí mismo, una mole solitaria con un clima propio e impredecible que provoca tormentas perfectas y aludes mortales. Allí está la pared más grande del mundo, la Rupal, de 4.200 metros, y la arista Mazeno, de diez kilómetros, que fue completada por primera vez en 2012 por los escoceses Sandy Allan y Rick Allen antes de alcanzar la cima, en una gesta que casi les cuesta la vida.

El propio Allan narró su viaje de regreso al campo base. «Vi a Snoopy, el perro de los dibujos animados, sentado en un diminuto saliente del pilar de una roca. Una bruja pasaba volando en su escoba y vi también un conejo que atravesaba en ambos sentidos nuestras huellas; llevaba un chaleco rojo, un reloj de bolsillo y un sombrero de fieltro a lo Hermann Buhl por el que asomaban las orejas a través del ala. Pensé: ‘ese conejo debe tener los pies helados, porque no lleva botas’. Solo en ese momento supe claramente que sufría alucinaciones».

Por desgracia, lo de Daniele Nardi y Tom Ballard no es una alucinación. Hace una semana que fueron arrasados por una avalancha en las paredes de un coloso que lleva más de un siglo haciendo honor a su fama. La montaña asesina. La asesina solitaria.

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