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Kriptonita en la metrópolis de Vigo

UN APRETÓN de manos entre Alberto Núñez Feijóo y Abel Caballero en el club náutico olívico simbolizaba el pasado 27 de julio el "éxito colectivo" y el "hito histórico" de la puesta en marcha de la primera área metropolitana de Galicia, la de Vigo, llamada a ponerse en marcha inmediatamente después del verano. Hoy, medio año después, el proyecto no es más que otro trofeo con su lugar reservado en la galería de chapuzas de la política gallega.

El verdadero problema del área metropolitana de Vigo no es que no nazca o que lo haga muerta en la práctica, sino que evidencia dos realidades bien preocupantes: la incapacidad total de los políticos para alcanzar acuerdos relevantes y en clave de país y que la batalla para las elecciones municipales en la mayor ciudad de Galicia, por muy lejana que nos parezca la fecha de 2019, ya se encuentra en marcha.

El primer supuesto es evidente, ya que el proyecto del área olívica, ante la incapacidad de la clase política de sostenerlo y defenderlo, camina irremediablemente hacia los juzgados. No se sabe en cuál acabará, pero la Xunta ya anunció que recurrirá su constitución formal y los seis asientos de catorce que el PP tiene en el ente supramunicipal respaldarán esa decisión. Así que el futuro de una de las iniciativas políticas más revolucionarias en lo referido al mapa administrativo gallego desde la puesta en marcha —fallida— de las comarcas quedará en manos de un juez. Así se simple.

Y ese escenario judicial es el que nos lleva irremediablemente hacia el segundo supuesto, ya que atendiendo a los plazos de la Justicia, la resolución del conflicto podría demorarse hasta 2018, lo que prácticamente despejaría el camino del área a las puertas de las municipales de 2019. En la práctica, son doce o quince meses los que nos quedan por delante en los que el área metropolitana de Vigo, lejos de ser la herramienta útil que prometían unos y otros, no será más que munición para la batalla por la alcaldía de la mayor ciudad de Galicia entre el propio Caballero y Elena Muñoz, si bien la verdadera oposición al regidor vigués en esta cuestión la está comandando la alcaldesa de Mos, Nidia Arévalo, una política con más tablas en la vida municipal que la exconselleira, después de acceder a la alcaldía de la ciudad dormitorio de Vigo en 2008 a través de una polémica moción de censura. 

La chapuza del área evidencia dos cosas: la incapacidad de pactar y que la batalla de las municipales de 2019 está en marcha


Así que en este contexto, si hoy no hay área metropolitana en el sur de Galicia parece difícil atribuirlo únicamente a la discrepancia económica por la entrada de Vigo en el transporte metropolitano, que es la que está oficialmente sobre la mesa. La Xunta y el PPdeG quieren que todos los ciudadanos del área se beneficien del autobús municipal de Vigo —Vitrasa— a la misma tarifa que los vecinos de la ciudad (0,87) y no a la oficial (1,33). Y Abel Caballero solo quiere aplicar el descuento cuando esos viajes sean intermunicipales, ya que a su Ayuntamiento abrir la mano le iría al bolsillo. Con esta guerra de fondo se constituyó el área, pero los seis representantes del PP abandonaron el pleno. En lugar de suspender la sesión, los otros ocho asientos —del espectro de la izquierda— siguieron adelante sosteniendo que el área está creada oficial y legalmente. Y eso es lo que debe decidir el juez.

Sin entrar en la utilidad de este tipo de áreas, en las que muchas veces ni están muy claras las competencias que asumirá, quién las cederá o cómo se financiará; y con serias dudas si es conveniente o no en estos tiempos habilitar un nuevo escalafón en un mapa adminstrativo que ya tiene más niveles (estatal, autonómico, provincial y local) que la media de países de nuestro entorno, al área de Vigo no le queda ningún tipo de margen de maniobra en los próximos meses por mucho que se empeñe Caballero... salvo que él o la Xunta cedan. Y lo peor de todo es que en el norte, Xulio Ferreiro trata de poner en marcha una herramienta similar en A Coruña, aunque visto lo visto en Vigo, mejor le sería obrar con pies de plomo.

A la particular metrópolis de Vigo le ocurre lo mismo que al planeta homónimo del que procede Superman, que está sembrado de kriptonita, un mineral ficticio que debilita al famoso superhéroe. Lo que ocurre es que en este caso uno y otro bando demuestran que ni hay superhéroes en sus filas ni necesitan kriptonita, porque su debilidad política salta a la vista.

→ Las siete vidas de Luís Villares
Al portavoz parlamentario de En Marea, Luís Villares, lo daban casi por muerto tras su actuación en el debate electoral de la TVG en la campaña del 25-S, aunque acabó por llevar al partido instrumental al liderazgo de la oposición con 14 escaños. Después, parecían querer recluirlo en el Parlamento cerrándole la puerta al liderazgo del partido o a mayores cotas de poder a través de un reglamento interno de incompabilidades que acabó por anularse, lo que despejó su camino hacia la asamblea de la formación de finales de mes. Y por último, se hablaba de una candidatura alternativa a la suya para hacerse con las riendas del partido de moda en Galicia en esa cita clave en la que En Marea se dotará de dirección y líder, pero curiosamente acabó calando la tesis de Villares de que lo óptimo sería llegar a la asamblea con una candidatura única y de consenso para evitar divisiones.

Es cierto que si tiene siete vidas, como los gatos, el exmagistrado lucense ya ha consumido tres, pero nadie le puede negar a él y su entorno sus logros políticos a nivel interno. En Marea vive quizás su momento de mayor paz —al menos de cara al exterior— desde su fundación, todo un éxito si se tiene en cuenta que el partido formado por Anova, EU y Podemos está a las puertas de la cita más trascendental desde su nacimiento. Villares gana peso, respeto y quizás el merecimiento de liderar el proyecto, si finalmente el sector de Xulio Ferreiro y parte de Podemos no encuentra alternativa a él. De momento, cada día que pasa juega a favor de la candidatura de Villares.

→ Soares y la gastronomía gallega
Como es habitual entre los dirigentes portugueses, Mário Soares también mantuvo una estrecha relación con Galicia, llegando a ser buen amigo de Manuel Fraga, pese a estar en las antípodas políticas. Cuentan que una de las cosas que más le gustaba de Galicia era su gastronomía, de la que daba buena cuenta cuando lo invitaba el de Vilalba. Y él, ni corto ni perezoso, quiso devolver la pelota al presidente gallego invitándolo en uno de los restaurantes más emblemáticos de Lisboa, para presumir de la gastronomía lusa. Para sorprender a su colega eligió el Gambrinus, parada habitual de políticos y empresarios... ¡sin saber que en realidad era un restaurante gallego! Como le hizo saber posteriormente Fraga.

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