José Sacristán: "No he tenido crisis creativas, solo económicas y gastronómicas"

José Sacristán estará este sábado en el teatro Afundación de Pontevedra con la obra de Señora de rojo sobre fondo gris y el domingo, a las 19.30 horas, en el de Vigo

José Sacristán. AEP
photo_camera José Sacristán. AEP

LA VOZ de José Sacristán es tan grave como extensa su carrera. En sus días libres, estuvo con Tom Sawyer en su salón. No solo él, también el joven de Chinchón que un día fue y que nunca olvida. Sus 81 años no tienen nada que decir ante sus ganas de seguir "multiplicándose" en este "juego serio" que es el teatro.

¿Cómo ha vendido los ajos este año? (Expresión de Chinchón, lugar de origen de Sacristán, para saber qué tal va el año).
Relativamente bien [ríe]. Mi amigo Miguel Delibes me está ayudando considerablemente. Estamos muy contentos con la andadura de ‘La señora de rojo’ en todos los sentidos. No solo como actor, por hacerme cargo de un personaje tan rico, sino también por el privilegio de haber conocido a Delibes y poder rendirle el homenaje debido a la memoria de su amor por esa mujer.

¿Cómo ha sido trabajar con este texto?
Por un lado, una delicia, algo formidable. Por otro, terrible, porque inevitablemente hay que amputar para que no dure 3 días. La obra nos lleva al verano y otoño de 1975.

¿Dónde estaría Sacristán?
Haciendo alguna que otra peliculilla y teatro. ¡Estaba vendiendo los ajos ya! En ese año ya los tenía a un precio que no estaba nada mal, a partir del 73 se empezaron a vender bastante bien.

¿Fueron sus mejores años?
Los mejores son estos. Cuando tienes más de 60 y puedes elegir tu trabajo, pienso que lo mejor está por venir. Interpreta a un pintor que tiene una crisis creativa.

Interpreta a un pintor que tiene una crisis creativa ¿Usted las ha tenido a lo largo de su carrera?
El pintor es un personaje en el que se camufla Delibes, no quiso ponerse ahí por pudor, pero está hablando de él. Crisis creativa no he tenido. Crisis económica y gastronómica, sí. De sentarte a la mesa y no haber mucha cosa de la que dar cuenta.

Fue entonces cuando trabajó vendiendo libros...
En el año 63, me honro de haber sido uno de los primeros vendedores del Círculo de Lectores.

También vendía libros prohibidos.
Amplié mi territorio de vendedor con libros que prohibía el franquismo y también con convencionales. Me ayudaron a salir a delante durante una temporada.

¿Le gustaba?
No me disgustaba, los libros siempre me han interesado, pero cuando los ajos se empezaron a vender bien en mi oficio, lo dejé. Guardo un grandísimo recuerdo.

Y su relación con la literatura, ¿cómo fue?
Siempre tuve inclinación al mundo de la fantasía. En mi pueblo había un ejemplar de Pinocho y unas novelas por entregas que compraba mi tío. Me fascinaban las historias y los tebeos.

Pero le gustaban más el Cine Lope de Vega de Chinchón y los Velázquez y Padilla de Madrid.
Era el templo, el sitio donde ocurrían cosas que en la vida no pasaban. Pero no siempre había dinero para que te dejaran entrar en el templo. Era un cobijo, la alfombra mágica de Aladino.

Con Las mil y una noches se desmayó.
Sí, tengo esa cosa emocional que me altera y me juega malas pasadas. Estes días estuve en unas pequeñas vacaciones por cuestión de médicos y aproveché para ver Las aventuras de Tom Sawyer. Recordé cuando la vi en el Cine Padilla y la disfruto igual que cuando era un crío.

Ese crío que dice que nunca abandonará...
¡No quiero dejarlo nunca, nunca, nunca! Lo procuro por encima de todo, no perder de vista el mundo de la infancia.

Es lo que hace ser creativo.
Es que no nos bastamos a nosotros mismos. Uno quiere poder ser el pirata, el gánster, el mosquetero... Hay que multiplicarse.

¿Qué quería ser de pequeño?
Actor. Desde el momento en el que supe que, en las películas, el indio no era un indio.

¿Cuándo fue eso?
Al ver la primera película en el cine del pueblo. Fue como si apareciera la Virgen de Lourdes.

En la obra, la hija del protagonista está en la cárcel por motivos políticos. Cuando usted vivió en Chinchón, su padre también lo estaba.
La obra es en el año 75, cuando mi padre estaba eran los años 40. Era más duro todavía.

¿Usted entendía lo que pasaba?
En absoluto. Tenía 6 años cuando salió. Fui a verlo dos veces, una vez a un campo de concentración en Toledo y otra en Ocaña. Para mí era un señor que me daba besos.

¿Se acuerda de la primera vez que lo vio fuera de la cárcel?
En la estación del Niño Jesús en Madrid. Fue terrible, la llegada a la ciudad fue traumática. Yo venía del campo y, de repente, llegaron los ruidos, los gasógenos, los guardias grises.... No nos dejaron subir al tranvía porque llevábamos las cestas y sacos.

¿Sigue yendo a Chinchón?
No voy a perder jamás el contacto con mi pueblo y mi gente.

Hasta allí también fue Santiago Carrillo para darle su carnet del Partido Comunista.
Lo celebré por mi padre. A mí no se me puede llamar militante, fui compañero de viaje del partido y sigo estando en ese territorio ideológico.

¿Qué opinaba su padre de su profesión?
No lo entendía. Procuraba mandarme mensajes para que desistiera, pero tampoco es que se opusiera claramente, vio que lo tenía claro.

Al empezar a rodar, ¿no quería dejar atrás al chico de Chinchón?
No, sigo igual. Cuando me pongo delante de una cámara o escenario, lo primero de lo que echo mano es del crío que fui. La base fundamental de este oficio es el juego. Yo juego a que soy el que no soy. Si después esto es cultura o arte... ¡A saber! Pero el oficio de actor es un juego serio en el que hay que conocer las reglas y respetarlas.

¿No se plantea dejar el juego?
Puede que algún día. De momento, no.

Si le pido que me diga un lugar y un momento donde usted se quedaría para siempre...
El teatro Lope de Vega de Chinchón, es mi lugar en el mundo. Y el momento... el de hoy. Si me quedo atrás, ¿qué coño gano?

¿Cambiaría algo?
Tengo 81 años, me asumo, me reconozco, me cabreo conmigo. Pero, al final, me llevo bien conmigo mismo.

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