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Hablemos de la existencia

VENGA, HABLEMOS. Hablemos de por qué muchas mujeres, durante la II Guerra Mundial, marcaron la diferencia —entre la invasión, la batalla, la muerte y la vida, la esperanza— y, pocos años más tarde, solo sirvieron para esperar sentadas a sus maridos en hogares relucientes y preparados para servir al hombre de la casa. De por qué mujeres capaces de desencriptar códigos alemanes, en una frenética carrera contra el enemigo, pocos años más tarde, ni podían hablar de ello ni podían dejar entrever siquiera las mentes brillantes que poseían. Hablemos de todo eso.

De los que creyeron que esas mentes femeninas eran útiles en aquel momento para servir a la patria, pero jamás pensaron que los términos en los que se dialoga entre seres humanos no son los de la utilidad. Fueron los mismos, los que las contrataron y los que las obligaron a desdibujarse hasta desaparecer, después de la contienda. The Blechtley Circle es una miniserie, británica, por supuesto, que indaga en esos terrenos, dando luz a puntos conflictivos y de inmensa actualidad.

La búsqueda del sentido, de la felicidad, el abrigo que dan los sueños, la alegría de pensar, de leer, de trabajar, de elegir, de contemplar, de proyectar un mundo libre...


Por esa audacia —hablemos también de por qué algo así es una audacia—, la serie ya merece la pena. El grupo de mujeres que consumen su vida, a principios de los cincuenta, en un Londres bastante siniestro, deciden actuar para volver a sentirse útiles. Y veamos aquí la diferencia de matiz entre cumplir una función en periodo bélico, cuyos hilos forman parte de una estructura social compuesta y manejada por hombres, a sentirse, en la individualidad humana y en su relación con los otros, plenas, satisfechas, felices. Pues como entre una cosa y otra hay un abismo, el asunto todavía lo estamos discutiendo — y padeciendo— hoy. En noviembre de 2017.

La serie, en la línea del buen hacer inglés, entretiene y encanta, con una trama de crímenes sin resolver, con un ritmo equilibrado, sin precipitación ni parsimonia, con una atmósfera perfecta y con una interpretación muy cuidada, muy sutil. Las cuatro protagonistas representan arquetipos de mujeres de la época. (Que siniestramente se siguen reproduciendo).

La perfecta casada, en un matrimonio en el que él es el sujeto a servir; la liberada, que ni se atiene a la normativa ni a la moralidad aparejada a ella y que recibe un sinfín de apelativos vejatorios, lo que, evidentemente, dificulta su existencia; la solterona gris, con un puesto —tras Bletchley Park— de bibliotecaria; y la joven tierna, cándida, —de memoria sobresaliente— a la que maltrata su marido . Pero ya se sabe ¿no? Estas cosas pasan. Después están el asesino y sus víctimas. Asesino de mujeres. Con tortura y degradación previa y posterior. Mujeres a las que atrae con productos del mercado negro tales como aquellas codiciadas medias de seda.

Las protagonistas de la serie deciden, en un punto determinado de sus vidas desvanecidas, hacerse luz, perfilarse de nuevo. Aplicando los métodos de su antiguo trabajo a la resolución de los asesinatos, persiguen al homicida. Navegan entre dos aguas, el hazmerreír de las autoridades (Scotland Yard) y el asombro con tintes cada vez mayores de ofensa, de su entorno masculino.

Pero ellas continúan. Y lo hacen, a pesar de la burla, a pesar de la abierta, constante y orquestada oposición y a pesar del evidente peligro de muerte. ¿Por qué?

La búsqueda del sentido, de la felicidad, el abrigo que dan los sueños, la alegría de pensar, de leer, de trabajar, de elegir, de contemplar, de proyectar un mundo libre, justo, igualitario y pacífico, de formar parte de él. Porque existir es eso y miles de cosas más. Hoy y siempre.

De cines y princesas
Que vuelve a Divinity Yo soy Bea. Una serie que tuvo un éxito de audiencia descomunal cuyo formato fue copiado por muchas cadenas de todo el mundo. Así que, gracias al cielo, existen Beas aquí y allí recordándonos que no nos preocupemos de nuestro desgraciado y difícil físico, porque lo que nos pasará algún día es que nos convertiremos en cisnes maravillosos —y queridos— haciendo solamente unas cositas: poniéndonos lentillas, yendo al dentista y soltándonos el pelo.

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