Opinión

Hablemos de la Cruz

El Gobierno pretende reconvertir el Valle de los Caídos en un “cementerio civil”, lo que pasa al parecer, por derribar su gran cruz y poner fin a la presencia de la comunidad benedictina, que vive ahí desde hace casi sesenta años. Jurídicamente respecto a la demolición de la cruz habría que estar a lo determinado por la jurisprudencia del Tribunal Europeo y del Tribunal Constitucional. El primero establece el derecho de los Estados a exponer determinados símbolos religiosos como muestra de su cultura, tradición y valores con los que se identifican. En cuanto a la doctrina del Constitucional, es de aplicación una sentencia de 1994, que afirma que cuando una religión es mayoritaria en una sociedad, sus símbolos conforman su historia política, cultural y social, lo que precisamente justifica su presencia en instituciones y lugares públicos.

El Estado tiene como papel garantizar el orden público, la paz religiosa y la tolerancia. Pero un Gobierno incapaz de tratar con dignidad a las decenas de miles de víctimas del Covid, que propone la eutanasia como medida estelar, predica el aborto como derecho y que ahora hace pública su intención de destruir la mayor cruz del mundo (precisamente al día siguiente de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz), no parece que tenga como prioridad esas exigencias. Por contra, parece que su prioridad es eliminar y sacar la Cruz, primero de los espacios públicos y de las tumbas de los muertos, para más adelante hacerlo también de las casas de los vivos.

El hombre, durante toda su existencia, ha cometido algunos abusos en nombre de ella, pero esto no justifica el empeño en seguir manchándola con errores humanos, o como sucede ahora, con justificaciones confusas, retóricas y demoscópicas, que sólo parecen buscar dividir a la Sociedad. ¡Pero es que nunca aprenderemos a convivir y respetar a los demás!

La Cruz es símbolo del Amor de Jesús hacia toda la humanidad. Ahí tenemos al Señor crucificado que se identifica con los que sufren cualquier tipo de enfermedad, humillación, escarnio, injusticia y pobreza. El madero que soportó sus brazos abiertos nos enseña a amar a todos, sin que importen ideologías o diferencias, como a nosotros mismos. Es signo de paz y de reconciliación con Dios, con nosotros, con los demás y con todo el orden, en un mundo marcado por la ruptura y la falta de comunión.

Por todo esto, la Cruz significa tanto y nos duele cuando es mancillada o atacada por razones rebuscadas que sólo pretenden ocultar nuestras raíces cristianas. Cristo y la Cruz no se imponen a nadie, se ofrecen a todos como verdad que nos hace libres, como esperanza que abre un futuro de verdadero progreso, como caridad sin límites que todo lo renueva, como vida plena y sin fin.

No sé cómo defender la del Valle de los Caídos, pero creo que no será la última que moleste. Con el tiempo también lo harán las que llevamos colgadas al pecho, o tenemos en casa y que tanto adoramos y besamos cada día. Cuando vengan a por la mía, y les diga que de ahí no la sacarán, les recordaré aquella anécdota del escritor y dramaturgo, Pedro Muñoz Seca, a quien cuando Pedro Luis Galvez, poeta comunista, apodado “El Capitán Saltatumbas”, le veía en la cárcel y le señalaba a voz en grito diciendo: “A éste no me lo matéis, que a éste sólo lo mato yo”, Muñoz Seca le contestaba con una ceremoniosa inclinación de cabeza, “Muy honrado, Gálvez, muy honrado”. Pues eso, muy honrado de poder defender la cruz, muy honrado.

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