Opinión

Goyo, una vida truncada

Fríamente, calculadamente. Le descerrajaron un tiro en la nuca. Solo uno. Todo terminó en ese instante. Una vida truncada. Violenta y miserablemente. El odio del perro asesinó masculló durante semanas, días, horas, el momento. El de su triunfo personal, el de la vesania, el de la banalidad del mal. Ni siquiera mentamos el nombre de ese miserable. El cobarde del tiro en la nuca, por la espalda. Eran tiempos muy difíciles. Muy duros. De mucha soledad. Donde los valientes eran muy pocos y el resto, la inmensa mayoría guardaba un silencio atronador. Como si la macabra historia de Eta no fuera con ellos. Otros aplaudías, jaleaban al verdugo y hoy todavía hacen homenajes cuando los pistoleros salen de prisión y regresan a sus pueblos

Gregorio Ordóñez fue asesinado vilmente hace veinticinco años. Ayer se cumplió una efeméride luctuosa que solo el paso del tiempo, acompañado de su serenidad, mitiga el dolor inicial. Pero para los suyos siempre está y estará ahí. Aquel asesinato uno más, sin embargo, nos conmocionó a todos de una manera distinta. Gregorio era distinto. Decidido, valiente. Quizás en aquel momento temerario por su propia vida, pero que decía lo que todos callaban y lo hacía en voz alta. Frente a la cobardía de una sociedad con miedo, mezquina o hipócrita, el alzaba una voz atronadora frente a los violentos, frente a la miseria moral de Eta y sus epígonos. Lo hacía a cara descubierta, a viva voz, ante los medios, en las plazas, en la calle que conocía como nadie. Lo hacía sin miedo, no lo exteriorizaba y lo hacía consciente de cada palabra. Solo cuatro días antes el presidente de su partido y en apenas unos meses ya presidente del gobierno había acudido a su llamada para proclamarle candidato a la alcaldía de San Sebastián, que podría haber ganado. Goyo estaba feliz, su presidente estaba en la tamborrada con lo que aquello simbolizaba para alguien de Donosti. Pero la mano asesina ya tenía todo preparado. Con Gregorio fue el inicio de una socialización total del sufrimiento que el, pasivamente  y sin saberlo, tampoco la sociedad, Eta y sus esbirros estaban dispuestos a iniciar, políticos, periodistas, jueces, escoltas, …, llegaban y así querían hacerlo saber, a cualquier persona. 

Gregorio Ordóñez fue asesinado vilmente hace 25 años. Ayer se cumplió una efeméride luctuosa que solo el paso del tiempo mitiga el dolor inicial

Quiénes en 1995 éramos conscientes de la brutalidad asesinad e Eta, de sus macabros atentados, de su voluntad compulsiva por matar y arrodillar, el asesinado de Gregorio fue un mazazo. Algo que aun previendo que podría ocurrir, nos sacudió sobremanera. Yo estaba en último año de facultad y nos dejó a todos los compañeros atónitos. Dejaba viuda, hermana, y un pequeñín de meses que ha crecido sin el calor humano y directo de un padre. Y en ese momento mucho silencio, algunos dieron también, como solían hacer, la espalda a las familias de las víctimas. 
No sería el único miembro de un partido asesinado. Todos sabemos lo que vino después. Pero en el caso de Goyo tampoco quisieron dejar tranquila la paz de los cementerios, ni su tumba, ni la placa que recuerda una vida y un nombre únicos. Hoy Eta no mata desde hace una década prácticamente. Han sido derrotados aunque ellos reclaman su victoria sin arrepentimiento. No han sido arrinconados por la sociedad vasca, pero al menos se vive sin el miedo a una pistola humeante. Hombre como Ordóñez ayudaron con su vida y  muerte a derrotarla, porque con su valor y libertad nos enseñaron a no tener miedo a los violentos. Una vida posible, como reza la exposición con que San Sebastián le recuerda hoy.

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