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Gorrión rojo

Jennifer Lawrence borda el papel de una agente especial rusa al servicio del KGB

LAS DEMOCRACIAS occidentales, y con ellas, sus ciudadanos, miran a Rusia con la misma desconfianza con la que se vigilaba de cerca a la Unión Soviética en la Guerra Fría. La filtración de datos masivos de una empresa estadounidense, el resultado electoral inesperado en un referéndum de un estado miembro de la UE, o la última exposición de fotos comprometidas de una actriz de Hollywood producen siempre el mismo resultado final: la culpabilidad de Rusia. Con una mezcla de sospecha permanente y de temor heredado, Rusia es, hoy por hoy, el chivo expiatorio más creíble de todos los fabricados por occidente, así que preparémonos para una vuelta a la Guerra Fría en el cine.

Gorrión rojo es, en su apariencia, en su estructura primordial y en su secuencia epidérmica, una versión actualizada del viejo cuento de espías dobles a un lado y al otro del telón de acero. Jennifer Lawrence interpreta a una bailarina del ballet Bolshoi que, víctima de la envidia de su compañera y rival, sufre un accidente que le impide regresar a los escenarios.

Amenazada por el gobierno ruso de perder la ayuda económica con la que contaba y con una madre enferma en casa, acepta la oferta para prepararse como agente especial en una escuela unisex de mataharis, llevada con mano de hierro por una Charlotte Rampling imperial.

Los gorriones rojos ponen su cuerpo al servicio del Estado y, en un proceso de vaciado emocional, deben aprender a seducir y establecer vínculos sentimentales falsos con el enemigo, con el objetivo de extraer la información necesaria.

La película de Francis Lawrence juega en todo momento con los estímulos externos aprehendidos a través de los medios de comunicación. Los rusos se muestran con el mismo candado emocional y empático que sus antepasados de la KGB, y los americanos, con la seguridad de estar en la guerra correcta y en el bando correcto. Todo es ficción, y los Lawrence, Francis y Jennifer, nos llevan de la mano por una película que aparenta Guerra Fría y transmite conflictos modernos. 

Jennifer Lawrence se cobra su particular deuda con todos aquellos que compartieron y difundieron sus fotos privadas, y además, se sentían con pleno derecho a ello porque era una figura pública. Su personaje se rebela frente a esa concepción de que su cuerpo pueda pertenecer a nadie que no sea ella misma, sea la masa o el Estado. No fueron hackers rusos, sino compatriotas y medios de comunicación occidentales.

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