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Galicia diez años después

Desde 2008, la economía gallega ha perdido población, empleo, empresas, cajas y bancos

Entrada a la sede del grupo Pescanova. EP
photo_camera Entrada a la sede del grupo Pescanova. EP

CAPRICHOS DE las efemérides, en el calendario de la crisis está marcada con lápiz rojo una fecha: el 15 de septiembre de 2008. El comienzo de todo para ese particular almanaque. Era la quiebra de Lehman Brothers, el admirado banco de inversión norteamericano que sobre el papel era demasiado grande para caer. Sin embargo, pese al relato oficioso y al común de las crónicas de estos días, en España, y concretamente en Galicia, la sacudida ya se había producido. En ese nefasto 2008, en pleno verano y exactamente dos meses antes de la caída de Lehman Brothers, se firmaba la mayor suspensión de pagos de la historia de España. Era el concurso de acreedores de Martinsa-Fadesa, punto y aparte de la burbuja inmobiliaria y arranque de la crisis del ladrillo que estaba por llegar. En este verano que ahora concluye, MartinsaFadesa sigue en proceso de liquidación.

Diez años lo pueden ser todo para una economía. Galicia es un buen ejemplo. ¿Qué ha cambiado desde que estalló la crisis, sea Lehman Brothers o Martinsa-Fadesa el icono y referente de su inicio? Pues casi todo, para qué engañarnos.

Para empezar, Galicia tenía en 2008 un sistema financiero propio, con dos cajas de ahorro, tres bancos supuestamente saneados y unos ejecutivos al frente que eran todo pompa y oropel. Pero los balances arrastraban una dura digestión, fruto de esa burbuja que alentó una alocada carrera del crédito.  Nadie apostaría un euro en aquel momento, hace diez años, por ver finalmente a gran parte de esa tropa en el banquillo de los acusados por la Fiscalía Anticorrupción. Cuando comienza oficialmente la crisis, si se puede expresar así, empresas como la tecnológica R estaban controladas desde Galicia y por capital gallego, caso de las cajas y grupos de empresarios. La polémica concesionaria de la Autopista del Atlántico también contaba entonces con accionistas gallegos. Y el símbolo, Unión Fenosa, que había perdido su galleguidad mucho antes, pasaría de unas manos a otras con la única y exclusiva motivación que para sus dueños otorga la búsqueda de plusvalías.

Hace diez años, Pescanova era una pretendida multinacional alimentaria con unos ingresos muy superiores a los actuales, unos 300 millones más, que diseñaba su expansión en el negocio mundial de la acuicultura sin atender a los riesgos que su endeudamiento bancario marcaba. Y lo hacía ajena a los dictados de los más simples manuales de contabilidad. El engaño llegaría hasta 2013, cuando suspende pagos.

La crisis ha rediseñado el mapa empresarial gallego. Bastan unos ejemplos. A su vez, ha enseñado caminos, que en estos años han estado vinculados a los mercados internacionales. Una obligación para muchas empresas, grandes y pequeñas. El incremento de las exportaciones y el mantenimiento de las compras a terceros países ha hecho que el superávit comercial sea quince veces superior al registrado en 2008. El de las exportaciones ha sido el "dato refugio" estos años cuando había que destacar lo poco que iba bien en la economía gallega.

Por número de asalariados, las únicas empresas que han crecido en estos años han sido las que no tienen trabajadores, y se mantienen estables las que cuentan con uno o dos empleados. El perfil del empresario también muta, y el autónomo emerge como un actor capital de la economía gallega. Solo entre 2008 y 2016 han sido más de cien las empresas con más de un centenar de trabajadores en plantilla que han desaparecido en Galicia. Y unas ocho mil constructoras, según los cálculos más optimistas, se ha llevado por delante la crisis.

La terciarización de la economía gallega es otra evidencia que traen estos diez años de crisis. Ha sido una metamorfosis silenciosa, casi imperceptible. El sector de los servicios crece en número de empresas y en aportación al PIB, pero no lo hace sobre la tecnología o la innovación, sino apuntalando segmentos tradicionales y maduros como el comercio, el transporte, la hostelería o las actividades inmobiliarias.

Si la mirada es "macro", el consuelo reside en haber recuperado niveles de PIB previos a la crisis. Sin embargo, Galicia todavía cuenta con algo más de 70.000 empleos menos que en 2008. Y en silencio, otro drama, ligado a la baja natalidad. Es el descenso de la población en edad de tener hijos (2039 años), que representa algo más del 24% del total de la población gallega, casi cinco puntos menos que en 2008.

Así es Galicia diez años después. Somos menos, con menos empresas y trabajadores. Exportamos más y mejor, eso sí, pero olvidamos sectores que un día fueron pilares productivos. Y, lo que es peor, cada vez mandan más los fondos de inversión.

El problema del recibo de la luz está en el Sil
Un parche para un problema coyuntural cuando lo que hace falta es un buen meneo  normativo, también tributario, sí, a una cuestión estructural. Se trata del recibo de la luz, su escalada desde el pasado mes de julio, y todas las distorsiones que envuelve una factura en ocasiones ininteligible.

El bálsamo que acaba de aplicar con urgencia el Gobierno de Pedro Sánchez, con la suspensión del impuesto del 7% a la generación, no va a curar del todo las cicatrices, que se hunden en años de cambios normativos, bandazos y una política que primó la rebaja del histórico déficit de tarifa frente a la definición de un nuevo modelo energético, en línea con las directrices europeas de sostenibilidad.

Esa energía que ahora tanto echamos de menos, primada durante muchos años, es la renovable, que además es más barata. Y todo ello teniendo en cuenta que es la parte liberalizada de la tarifa la que hace incrementar los precios, al descontar las restricciones venideras a los derechos de 
emisión de CO2. Todo encaja y explica en gran medida la dinámica que durante los últimos años fomentaron las grandes eléctricas, haciendo entrar en funcionamiento, para marcar los precios, la electricidad procedente de las fuentes más caras, como pueden ser los ciclos combinados a partir de gas. El ejemplo está en la cuenca del Sil.

El expediente abierto por Competencia contra gigantes como Iberdrola destapó un manual de malas prácticas. Resulta que la compañía, en plena ola de frío, dejaba sin operar sus centrales hidráulicas, las del Sil y Duero, para que el ciclo combinado aportase e hiciera subir la factura. Hace falta.
 

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