Opinión

Esta vez tampoco

Los Papeles de Panamá están provocando una convulsión tan grande en el sistema que es probable que nada cambie

CORRÍA AQUEL TREMENDO 2008 en el que la avaricia financiera reventó en la crisis que aún nos está comiendo, y corría también por aquel año Sarkozy, el pequeño Nicolás que aupado en las alzas de sus zapatos y la seducción de Carla Bruni se intentaba hacer pasar por estadista de los grandes. "Vamos a refundar el capitalismo mundial", presumía el entonces presidente francés, dando voz al coro de líderes europeos e internacionales que se habían visto obligados a reconocer los desmanes de un sistema sin regulación ni freno.

Un trabajo ingente y brillante que ha servido para desvelar el gran secreto: los ricos, quién lo iba a imaginar, defraudan

Todos parecíamos tener claros los pasos a dar, entre ellos regular los hedge funds, darle una vuelta a las agencias de calificación de riesgo que habían tragado con las hipotecas basura, limitar los escandalosos salarios de los directivos basados en la economía puramente especulativa y hasta reformar el mismísimo Fondo Monetario Internacional y establecer controles estatales para corregir los desvíos de capitalismo que se había demostrado, otra vez, incapaz de autorregularse. Y, como receta estrella, acabar de una vez por todas con los paraísos fiscales.

Ocho años después, lo único que se ha refundado es la explicación de la crisis, que ha pasado de aquel análisis inicial a ser causada por unos pringados que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, que hemos derrochado en sanidad, educación y políticas sociales lo que no está en los escritos. Han pasado también, a bote pronto, los escándalos de Rato, Strauss-Kahn y Lagarde al frente del FMI, las filtraciones de Wiki-Leaks, la lista Falciani o las prácticas piratas del Gobierno de Luxemburgo para permitir a miles de empresas europeas evadir impuestos dentro de la UE. Y en todos y cada uno de esos casos hemos escuchado a los gobernantes de turno prometer que hasta aquí habíamos llegado, que esta vez sí que lo del cambio iba en serio.

El nuevo capítulo de la indignación con lágrimas de cocodrilo se llama Papeles de Panamá, otro Rubicón, otro punto de no retorno que tiene pinta de retornar al mismo punto. Cincuenta medios de comunicación de 76 países, 370 periodistas trabajando conjuntamente durante un año para arrojar luz sobre los millones de documentos robados de los servidores informáticos Mossack Fonseca, un despacho de abogados panameño especializado en el registro de sociedades offshore, uno de los instrumentos financieros preferidos por las grandes empresas y fortunas del mundo para evadir el pago de impuestos en sus respectivos países.

Un trabajo ingente y brillante que ha servido para desvelar el gran secreto: los ricos, quién lo iba a imaginar, defraudan. Descorazonador. Si un país, unos ciudadanos, ya no pueden confiar ni en sus ricos, sus benefactores, sus adalides de la prosperidad común, es que todo está ya perdido. Nada podemos esperar ya, salvo quizás otra buena amnistía fiscal que al menos les evite mayores disgustos, los pobres, que bastantes quebraderos de cabeza tienen para mover sus millonadas de cuenta opaca en cuenta opaca, como si fueran parias apátridas, apestados, refugiados fiscales huyendo de la voracidad recaudatoria de unos Estados insaciables.

Es lo que nos queda, mientras ellos evaden impuestos, nosotros nos evadimos con el simple cotilleo

El cadáver está todavía demasiado caliente como para ignorarlo, por eso toca recuperar lo de otras veces, lo de siempre, lo de la refundación del capitalismo y la lucha sin cuartel contra los paraísos fiscales. A lo mejor hasta se convoca una reunión internacional a nivel, por ejemplo, de subsecretarios de Economía, que bien llegan, para tratar el asunto en una primera aproximación y crear grupos de trabajo que puedan aportar sus puntos de vista ponderados para próximas reuniones que se convocarán con la urgencia que el tema demanda, aunque todavía sin fecha pero sin duda a la mayor brevedad.

Luego, dentro de unos días, los Papeles de Panamá pasaran de las portadas a las páginas interiores; después, de la noticia de apertura al faldón de página; de ahí, a los breves; luego será un tema del que ningún ciudadano querrá ya oír hablar, porque le aburre. En un par de semanas, los papeles que hoy conmocionan al mundo serán tema colateral de tertulias de la farándula, referencias distraídas en un debate sobre lo mucho que se ha alejado el Borbón de su tía Pilar que dicen ha sido por consejo de Letizia por lo de sus cuentas bancarias, el grito de "Messi defraudador" de Tomás Roncero tratando de desviar la atención de la última derrota de su equipo, o la coletilla contra los "titiriteros de la ceja" en cualquier programa de 13TV.

Después de la revisión de once millones de documentos, del trabajo de centenares de periodistas y del compromiso de decenas de medios, habremos conseguido como únicos efectos retrasar la presentación de la última película de Pedro Almodóvar, una cana más en el cabello del novio de Isabel Preysler y la esperada confluencia de la vida de la familia Alcántara con la actualidad, que ya iba siendo hora, coño Merche.

Es lo que nos queda, mientras ellos evaden impuestos, nosotros nos evadimos con el simple cotilleo. El problema no deja de ser el de siempre, que da la sensación de que cada vez que aparece una de estas listas lo que realmente nos revienta es no aparecer en ella. Les reprochamos su egoísmo y su avaricia y nos hacemos los ofendidos, pero es solo mísera envidia, el resentimiento de quien si no defrauda es porque sus ingresos son tan limitados que ni para eso le dan.

No nos sentimos realmente estafados, robados. No acabamos de entender que lo que estas personas, estas empresas, estos bancos, están domiciliando en Panáma y otros exóticos destinos es la profesora de apoyo para nuestros hijos, es la máquina de radioterapia que debería llevar meses instalada en el hospital, son los tres euros de la subida de la pensión. Ya nos han dejado claro que ellos no van a cambiar, así que o cambiamos nosotros, o esta vez, tampoco.

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