Blog | Permanezcan borrachos

Equivócate bien

Cuando te ves azotado por la necesidad de resolver qué piensas, y qué harás finalmente, es humano empujar el asunto hacia el futuro. 'Ya veré', te dices, buscando un alivio pasajero

James Gandolfini. EP
photo_camera James Gandolfini. EP

HACER O NO hacer una cosa es una duda que se presenta de manera incesante. En su afán por cumplir con cierto destino, las decisiones importantes, o incómodas, andan a tu acecho. Se comportan como un contratiempo. Y no puedes evitarlas. Te guste o no, no se apartan, a menos que hagas algo al respecto. No hacer nada, en todo caso, constituye otra forma de acción, demasiado equivocada. No tener que tomar decisiones atribuladas, que no sabes a dónde te llevarán, haría del mundo un lugar perfecto. Pero ese es un sueño para tontos. No va a pasar. El mundo es como es, y no hay más salida que hacernos responsables de las incomodidades que nos correspondan al vivir en él.

Las decisiones difíciles aparecen sin más, y has de arreglártelas como sepas. El proceso es casi siempre el mismo: no sabes qué hacer, y después lo haces, sea lo que sea, con desazón. Los días que está clara la decisión no detectas la incertidumbre, y no sufres. Son tal vez las mañanas que optas por vestir una camisa y no otra, o por preparar esta comida en vez de aquella, o por ignorar en lugar de avisar a alguien de que viajas a su ciudad. Los miles de pequeñas decisiones racionales que caben en un día normal, aunque conforman una especie de dictadura, apenas molestan por dentro. Es raro que te quiten el sueño o las ganas de disfrutar del resto de la jornada. Carecen de carga emocional. Casi pertenecen al aburrimiento. Pero esto no siempre ocurre. En tu vida habrá un montón de momentos en que no tengas claras tus decisiones, y padecerás por ello.

Hablamos de esos momentos en los que se produce un choque de sentimientos opuestos, que desembocan en un tornado, capaz de tragarte. La duda desprende un sabor amargo. Quizá puedes posponerla, y por unos instantes deshacerte de su peso y de la angustia en que te sume, pero no continuamente. Existen conflictos que por alguna razón no se resuelven solos, aprovechando que no quieres saber nada de ellos. Siempre te estarán esperando a la puerta, como moscas. No saber qué hacer, o de qué manera, o cómo contar al afectado eso que vas a hacer, son dilemas de los que no se puede escapar. Pasarlo mal justo antes de afrontarlos es lo que se entiende por inevitable.

Cuando te ves azotazo por la necesidad de resolver qué piensas, y qué harás finalmente, es humano empujar el asunto hacia el futuro. "Ya veré", te dices, buscando un alivio pasajero. Y lo haces menos con el propósito de pensar un poco mejor que con la intención de quitarte de encima el pensamiento mismo, que te consume.

La sensación de soledad que desprenden esos momentos alcanza cotas mortificantes. De un modo instintivo das varios pasos hacia atrás, a la manera que te alejas de una chimenea encendida que desprende demasiado calor. A veces puedes pedir consejo a alguien que piense por ti, y durante un momento sentir que no estás tan solo, después de todo. Pero cuando el consejo se acaba, y aparece el silencio, la soledad volverá a rodearte. Aquello que vayas a hacer será cosa exclusivamente tuya. ¿Rehuir el instante en que por fin haces lo que tienes que hacer, y que aborreces? ¿Se puede? Quieras o no, tienes que asumir tus cargas. Todos tenemos que hacerlo. Salvo que no te importe agrandar los problemas hasta que la deuda te devore y te conduzca al crack up.

No sé por qué me viene a la memoria aquel capítulo de Los Soprano, cuando el dueño de una tienda de deportes, amigo de la infancia del propio Tony Soprano, consigue que éste lo acepte en una de sus partidas de póker. No le va bien y contrae una deuda abismal. Para cobrarla, Tony asume la gerencia de su tienda, y empieza a realizar pedidos y más pedidos a proveedores. "¿Por qué me dejaste entrar en aquella partida?", pregunta arrepentido el propietario. El final es la bancarrota total. Así que más vale evitar las deudas. Sí, el cielo se viene abajo cada vez que se presentan las decisiones difíciles, pero al poco ocupa su lugar. Siempre vas a tener la sensación de que, hagas lo que hagas, te equivocarás. Por suerte, puedes equivocarte bien.

Comentarios