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El vulgar paisaje

 

Cristiano Ronaldo decidió no acudir a la gala de la Uefa cuando supo que no iba a ser premiado. Es la historia de su vida. No soporta que los flashes sean para otro. En Turín afronta el reto de seguir en el centro de la foto. Es una lucha contra el paso del tiempo

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Hay una foto de Cristiano Ronaldo que resume el millón de fotos de Cristiano Ronaldo. La publicó en las redes sociales en el verano de 2017 y en ella se le puede ver junto a quince miembros de su familia en una piscina. Su madre, hermanos, hijos, sobrinos y pareja miran hacia cámara a ras de suelo mientras él levita sobre ellos lo suficiente para que se vea su torso musculado mientras realiza un saludo militar.

Cristiano Ronaldo no concibe ser parte del paisaje. Si va salir en una foto ha de ser en el centro. Por eso no se presentó a la gala de la Uefa del pasado jueves, porque sabía que su espacio estaba reservado a un lado de Modric, su excompañero, un secundario a su servicio en el Real Madrid durante varias temporadas. Para figurar como un vulgar ladrón en el monte Calvario es mejor quedarse en casa.

Para figurar como un vulgar ladrón en el monte Calvario es mejor quedarse en casa

Modric levantó el trofeo, pero no recibió la felicitación de Cristiano Ronaldo, una sensación que conocen bien en el Madrid, donde al portugués se le ha echado de menos en las celebraciones de algunos goles, incluso en los más importantes en la historia del club. Revisen el de Sergio Ramos en Lisboa, el que acabó con la maldición de ‘la décima’. El defensa andaluz remata al fondo de las mallas y corre hacia un córner mientras le persiguen borrachos de alegría sus compañeros y el resto de madridistas del planeta. Mientras, Cristiano Ronaldo levanta un brazo, recoge el balón de la portería y mira de reojo hacia Ramos con la esperanza de haber sido él el autor del tanto, con la ilusión de aparecer en el centro de la foto, levitando por encima de un mar de camisetas blancas con el torso desnudo.

Pero no. En esa foto solo tenía reservado un papel secundario, como en la de la final de Kiev del pasado mes de mayo, embellecida para siempre por la chilena de Gareth Bale. La acrobacia del galés entró al momento en competencia con la que Cristiano Ronaldo había firmado en Turín en los cuartos de final, así que el portugués se hizo a empujones con un hueco en el centro de la foto. Saltó (literalmente) la cadena que separaba a jugadores y prensa y se agarró al primer micrófono que pasaba para llorarle sus penas. «Ha sido un placer jugar en el Madrid», dijo sin que nadie le preguntara y a Florentino Pérez le rebosó el cava de la copa.

Los berrinches del portugués nunca estaban relacionados con el dinero, pero siempre se zanjaban con aumentos de sueldo

El presidente del Real Madrid ya se había enfrentado a varios berrinches del portugués, nunca relacionados con el dinero, pero siempre zanjados con aumentos de sueldo. Y esta vez dijo basta.

Cristiano Ronaldo quería una ficha similar a la de Leo Messi (cerca de 50 millones al año) y el Madrid se quedaba en torno a los 30, así que la oferta de la Juventus puso fin a nueve años de una relación en la que ambas partes salieron ganando. Nueve años en los que el portugués protagonizó una carrera con Leo Messi en la que en ocasiones se quedó retrasado a kilómetros de distancia del argentino y en otras le esperó en meta con el Balón de Oro en brazos.

Esa obsesión enfermiza por salir en el centro de la foto es, por otra parte, lo que convierte a Cristiano Ronaldo en un futbolista legendario, en un coleccionista de galardones que tiene ante sí el reto de ampliar su vitrina en las filas de la  Juventus. Cuando lo lógico sería rendirse ante Messi y pelear por ser el primero de los mortales, el luso se obsesionó con ser el mejor de los mejores. Algo que él tiene claro que ha conseguido con creces.

Camino de los 34 años, a Cristiano Ronaldo se le acerca paso a paso el momento en que la vida misma te aparta del centro de la foto. Entonces mirará atrás y verá un reguero de goles, títulos y oro. Para siempre quedará el recuerdo de un jugador único, de una bestia competitiva capaz de pasar de celebrar un gol o de faltar a la fiesta con tal de no convertirse en vulgar paisaje.

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