Opinión

El saludo del miedo

Entre argumentarios demenciados y ataques de dignidad, algunos nos conformaríamos con no sentirnos insultados

VIVIMOS DÍAS DE asombros y metáforas como bofetadas, de imágenes que dicen más que las palabras porque las palabras llegan vacías de sentido y cargadas de cansancio. Convertida ya la realidad en una mala parodia de sí misma, muchos solo aspiramos ya a no sentirnos insultados a cada momento, a regresar a la cómoda frustración de aquellos días en los que simplemente nos ignoraban.

Pocas de esas imágenes tan poderosas como la del líder del PP en funciones, Mariano Rajoy, ignorando la mano blanda y desganada que le ofrecía el otro líder provisional, el exsocialista Pedro Sánchez, delante de todo el país. Más palos y reproches le han caído al infausto Rajoy por este desdén que por sus abrazos y cariños a Rita Barberá, a Alfonso Rus, a Luis Bárcenas y a otros tantos cuyas manos portadoras de sobres estrechó con la condescendencia de un capo di capi. Una pataleta infantil, dicen, con la que el pontevedrés ha enterrado el último de los mitos que sostenían su imagen política, el de su flema, esa indolencia y falta de decisión que, a falta de méritos mayores, sus exégetas habían querido convertir en virtud.

Yo, sin embargo, es apenas lo único que no le sé reprochar de lo hecho en los últimos cuatro años. En un escenario en el que todo es sobreactuación y palabras vacías, su negativa a disimular la profunda antipatía que siente por Sánchez es uno de los pocos gestos auténticos que Rajoy se ha permitido en una vida pública que ahora sabemos marcada por la artificialidad, la ocultación y la mentira, llegara esta empaquetada en enrevesados discursos o en silencios cómplices. Si hubiera un mínimo de honestidad política en ambos, ese encuentro no debería haberse celebrado nunca, porque era una representación inútil, una pérdida de tiempo y paciencia para ellos y para nosotros, que no los votamos para que se caigan bien ni para que se hagan arrumacos impostados, sino para que atiendan como mejor puedan al bien común, desde un cortés desdén mutuo si no ha de ser desde la simpatía.

Bien es cierto que ese arrebato de dignidad que le entró a Rajoy en el paripé con Sánchez tendría más credibilidad sin el llanto de plañideras en el que él mismo y el PP se han instalado desde que los resultados electorales fueron los que fueron y la soberbia de la mayoría absoluta y la cobardía política del líder les sumió en su miseria. Escuchar un día tras otro el argumentario demenciado del partido más votado y la obligación del resto de apoyarle porque sí y porque lo contrario sería una traición a la democracia roza ya el esperpento. Además de constituir un espectáculo muy poco digno, casi humillante, para un partido que todavía quiere seguir permitiéndose el lujo de demonizar a todos los demás, aunque eso implique faltar al respeto a millones de españoles.

Algunos solo aspiramos ya a regresar a la cómoda frustración de aquellos días en los que simplemente nos ignoraban

Y tampoco entiendo por qué esta insistencia en una estrategia que la realidad ha demostrado equivocada. Los populares siguen inexplicablemente presos del discurso del miedo, aquel que creían que les iba a servir para eludir el ascenso de Podemos y, en menor medida, de Ciudadanos y que solo les ha proporcionado su más amarga victoria. Pero poco respeto pueden exigir a los demás cuando pierden la dignidad que algunos aún podrían suponerles con actuaciones como la del todavía ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, capaz de una infamia como la de resucitar el fantasma de Eta para tratar de convencernos de que la banda «desea como agua de mayo un pacto entre PSOE y Podemos», y que incluso estos dos partidos ya están negociando con ella una «agenda oculta». Es difícil ser más despreciable. Lo que es peor, innecesariamente despreciable.

Hay que tener poco respeto por uno mismo y por la inteligencia de los demás para acudir a la reunión de la coalición internacional contra el Isis, como hizo el ministro de Asuntos Exteriores en funciones, José Manuel García Margallo, y perjudicar deliberadamente los intereses del país al que representas con la siguiente justificación: «Me vi obligado a informar a mis colegas en Roma de que con un posible gobierno de coalición PSOE-Podemos, España podría ser el primer país que abandonase la coalición internacional contra el terrorismo yihadista». Este es el tipo de persona que todavía pretende marcarle a este país de quién y de qué debe tener miedo.

Hay que estar dispuesto a traspasar cualquier línea, a quemar cualquier puente, para utilizar a la Fiscalía y a una administración de Justicia cautiva para encerrar a dos titiriteros por enaltecimiento del terrorismo por representar una pieza de crítica social. Cuando un sistema y quienes lo dirigen no dudan en sacrificar los más elementales derechos de los ciudadanos con tal de alimentar el miedo al otro, a costa de cualquier cosa, está claro a quién hay que temer.

Pero en esas andamos. Mientras pasa todo lo anterior, mientras la Policía registra otra sede del PP, mientras el grupo popular en el Senado blinda el aforamiento de Rita Barberá, mientras Pepote airea las miserias de los gobiernos de Matas y sus reales amistades, mientras Esperanza Aguire nos promete por enésima vez que en esta ocasión tampoco lo sabía, Mariano Rajoy se da el lujo de hacerse el digno, con esa sobreactuación de pucheritos de niño mal votado. Como si fuéramos los demás los responsables de que una organización política tan poderosa se haya dejado arrastrar por avaricia y mediocridad hasta convertirse en un peligro para el propio sistema.

Siguen sin entender nada, allá ellos, ya caerán. Tarde, seguramente, sobre todo para ellos. Mientras tanto, ya que parece que respeto es demasiado pedir, algunos nos conformaríamos con que eviten en lo posible insultarnos. No es tan complicado, basta que hagan lo de antes, ignorarnos.

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