Opinión

El revival de Lady Di

SIEMPRE HAY efemérides de algo, pero este año parece haber efemérides de las efemérides. Un tirabuzón enroscado sobre sí mismo en el que siempre se cumplen veinte, treinta, cuarenta o cincuenta años de algo. O un siglo. Me dio mucha rabia que ayer, en la edición general de este diario mi compañera Marta Veiga me pisase la fiebre por el recuerdo almibarado de los 20 años de la muerte de Lady Di. Ella (Marta Veiga) es más de Camila Parker-Bowles. Yo para nada. Soy mucho más de la chica que nos quisieron hacer creer que era una que pasaba por allí cuando se le hundían las raíces familiares en la cuenca del Támesis. Con todo, su sangre no era lo suficientemente azul en comparación con la de Camila. En realidad nunca me fijé en ella hasta que se estampó contra la columna de un túnel y me di cuenta de que el recuerdo que me quedó es el de alguien con ganas de salir de copas a la que obligan a ponerse trajes de princesa. Ella se los pone y aguanta hasta donde puede. Pero todo tiene un límite, incluso en Balmoral. Al final prefirió marcharse a la Costa Azul y hacer lo que nunca le habían dejado: vivir la vida. Allí fueron otros los que no le dejaron. Pero yo habría hecho lo mismo.

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