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El rescate de las personas

Más allá de parches diarios y goteo de oscuros pronósticos, es hora de lanzar un plan integral
Una mujer pasea a su perro por una calle de A Coruña. CABALAR (EFE)
photo_camera Una mujer pasea a su perro por una calle de A Coruña. CABALAR (EFE)

NADA de tremendismo estéril. De oscuros pronósticos, de los que hay a cientos estos días. Sobran. Son por ahora territorio abonado a la especulación, vengan de donde vengan, teniendo en cuenta el vértigo que produce mirar de frente a esa 'nueva normalidad', que es el eufemismo preferido para hablar de ese abismo que nos espera al salir de esta. Basta con pasarse por una calle comercial, con sus bares y restaurantes cerrados, de camino al súper o a la farmacia, o ver cómo está el tráfico aéreo y las caídas de reservas hoteleras, para saber qué sectores sufrirán más a partir de ahora. Para unos, el año está perdido; para otros, en el mejor de los casos, será un ejercicio con tan solo nueve meses.

La búsqueda de la vacuna económica para detener la hemorragia provocada por el coronavirus pasa por colocar en el vértice del problema a las personas. Y a las rentas del trabajo, que son su sostén. Para ello, sucede algo similar que con los mecanismos para luchar contra el desempleo en condiciones normales: hace falta crecimiento económico, que es lo que genera oportunidades. Y para ello es imprescindible la actividad.

Salvadas las vidas en juego por la pandemia, hay que recuperar a las personas. Y hacerlo sin convertir el BOE en un galimatías diario, con decretos, órdenes, resoluciones y medidas urgentes que lo que primero que delatan es improvisación. Cierto que resulta obligada por los acontecimientos, pero se echa en falta desde hace semanas un programa integral, global, para la recupera ción. Eso que primero se intentó disfrazar pomposamente y sin éxito como Pactos de la Moncloa y ahora se presenta como un plan de reconstrucción todavía sin andamiaje. Y hacerlo sin esperar a Europa. Su ayuda llegará, aunque sea una cuestión de mínimos. Pero poco se puede esperar de quien se debate en estos momentos con rictus serio a través del plasma entre un rescate europeo que pivote sobre créditos o subvenciones. Como si hasta el más despistado de los autónomos no supiera que los préstamos hay que devolverlos y las ayudas, justificarlas. No es poca la diferencia.

No podemos decir que en esta crisis los errores se cuenten precisamente por decisiones. Pero los ha habido y muchos. Tienen que ver, en gran medida, con una anticipación que no apareció por ningún lado cuando se tomaban otras decisiones, vinculadas al ámbito sanitario o social. ¿Acaso alguien dudaba de que las ventanillas del Servicio Público de Empleo Estatal (Sepes) no se iban a colapsar con el aluvión de expedientes de regulación temporal que se venía encima? Esa es una de las principales causas de que muchos trabajadores acogidos a Ertes todavía no hayan cobrado su prestación correspondiente a marzo. Es solo un triste ejemplo. Hay más.

También los errores tienen banderas. Como la que porta el vicepresidente Pablo Iglesias. Más allá de que pueda equivaler al coste de la mitad de las pensiones de un mes, el proyecto de renta mínima vital es especialmente controvertido. El Gobierno está decidido, y acertará siempre que se limite a casos de pobreza severa, realice un seguimiento y acote en el tiempo su aplicación. De lo contrario, resultará desincentivadora de la búsqueda de empleo, pongamos, para un parado de larga duración. Un ejemplo. El fin último de una subvención o ayuda europea a una empresa o un territorio es lograr que ese beneficiario pueda prescindir algún día de recurrir a ellas, síntoma inequívoco de la mejoría de su salud financiera. Entonces sí habrá valido la pena esa inyección de dinero extra.

Otro caso práctico. Solo la idea de intervenir la propiedad de una vivienda y destinarla a los más desfavorecidos, cuando el ‘banco malo’, la Sociedad de Gestión de Activos procedentes de la Reestructuración Bancaria, tiene miles de pisos vacíos y sin movilizar, es no conocer lo que se tiene entre manos. Entre lo que muchos quieren ver como caos permanente también se oculta inexperiencia. Incluso Felipe González acusó a Pedro Sánchez de ello, sin reparar en que líderes como Pablo Casado, Santiago Abascal o Inés Arrimadas van justos también de vetenaría política. ¿Qué sería de la crisis del Covid-19 con un Gobierno en funciones, como tuvimos hasta enero?

Para rescatar personas, trabajadores y empleadores, hay que recuperar la actividad de las empresas, para que los Erte no se vayan por el sumidero de los concursos de acreedores. Ese plan, por favor.

Víctor Nogueira | La empresa familiar pide una hoja de ruta clara
Tiene todo el sentido. La dichosa desescalada que parece no tener guión definitivo también es una incógnita para las empresas. De ello da cuenta la Asociación Gallega de la Empresa Familiar, convertida en la voz de las patronales en esta crisis. Víctor Nogueira, su presidente, es un consignatario templado que solo pide una hoja de ruta clara, transparencia y claridad para que las empresas sepan a qué atenerse. "Necesitamos más información para poder enfocar las estrategias que nos permitan salir adelante y conocer las diferentes hipótesis de las fases de reimplantación de la actividad económica, así como los calendarios alternativos". Eso es lo que pide Víctor Nogueira. Y no parece mucho pedir.

Emilio Ontiveros | ¿Por qué España sufrirá más en esta crisis del Covid-19?
​Su vinculación con Galicia es indudable. Cualquier financiero que se precie lo conoce en persona y, además, es uno de los gurús a los que recurre Sandra Ortega, hija del fundador de Inditex. El catedrático Emilio Ontiveros, vocal de la Fundación Paideia, pilota un grupo de análisis que dibuja una posguerra muy complicada para España. Y no solo por contar con un modelo basado en los servicios de poco valor añadido, que es un hándicap estructural, sino también, dice, por una pléyade de microempresas, que son las grandes protagonistas del sistema productivo. Por ello, advierte Ontiveros, España sufrirá más que otros países como Alemania. Empezando por la debilidad de su tejido productivo.

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