Opinión

El paraíso del porcoril

HACE MUCHOS años, invitado por unos amigos de Chantada, participé en una romería a Monte Faro. Éramos jóvenes y el plan consistía en salir a tomar algo y, a las cuatro o cinco de la mañana, echar a andar hacia la cumbre. Así que después de pagar la cuenta en el último pub nos dieron una bolsa de plástico con un Kas de naranja y un bocadillo de salchichón y nos disfrazamos en romeros.

Los primeros kilómetros fueron un continuar de la fiesta, pero las risas se fueron quedando atrás a medida que avanzábamos. El día se fue abriendo paso al mismo tiempo que el sentido común y varias horas después de abandonar el campamento base chantadés, me empecé a preguntar qué demonios hacía allí. Para entonces había perdido a mis compañeros de aventura, así que, aprovechando que no me veía nadie, pedí auxilio y fui remolcado hasta la cima.

Me acordé de esta aventura al leer el avistamiento de porcoril que el otro día se registró en el Monte Faro. Ya saben, ese bicho que se supone un cruce entre jabalí y cerdo vietnamita, una especie de supergorrino; lo que se pide Nietzsche cuando va de churrascada, vamos. ¿Qué tal estará el jamón de porcoril? ¿Y el cocido? ¿Sabrá más a monte o a comida oriental?

Ahora que hay que tener cuidado a la hora de plantar patatas estaría bien empezar a planear una estrategia de mercado para vender la provincia como el paraíso del porcoril. Hay que atraer el turismo y para eso es necesario cuidar los productos.

Esta misma semana, por ejemplo, se anunció que en breve Lugo perderá un elemento que llevaba camino de convertirse en lugar de peregrinaje: O Garañón; que además es elevado, como Monte Faro. Solo le falta una ermita en lo alto, si es que no la hay; porque en teoría, salvo algún intrépido chungalí, nadie sabe lo que hay allí arriba.

No seré yo quien defienda la opción de conservar ese gigantesco lego de ladrillos en pleno parque Rosalía de Castro. Ese es un espacio verde que sería precioso para criar porcoriles, por ejemplo. La pena es que el derrumbe nos vaya a costar dinero. Sí, ya sé que es inevitable, pero es que aún estamos haciendo cuentas con lo del rescate a los bancos, los trajes del Carnaval, la indemnización a ACS por el proyecto Castor, los regalos de Navidad...

A lo mejor habría que buscar otra vía para borrar O Garañón del mapa. A mí se me ocurre una: organizar allí un botellón y que no quede ni un ladrillo sobre otro. Y al acabar, darle a cada chaval una bolsa de plástico con un Kas de naranja y un bocadillo de salchichón.

Comentarios