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El paradero de las cosas


¿Puede haber algo más trascendental que satisfacer un antojo puntual, efímero, palpitante y que olvidarás enseguida?



MI MADRE siempre sabe dónde están las cosas. Me refiero a sus cosas, pero sobre todo a mis cosas. Hay un momento crítico, electrificado, en el que nunca aparecen por ninguna parte, y entonces acudo a ella, en un gesto de desesperación total, y mis cosas hallan mis manos. Poco importa que se trate de cosas pequeñas, o que ella nunca haya visto, o que vio hace tanto tiempo que creía que ya las había tirado. Ella sabe en qué lugar de la casa se esconden. Y ni siquiera hablamos de una casa pequeña, en la que después de dar cinco pasos de un modo u otro te has cruzado con todo lo que posees.

Envidio ese poder para descifrar el paradero de cualquier objeto, aunque le sea ajeno. Algunos días me parece más importante que acumular conocimientos dentro de la cabeza, después de extraerlos de un libro, una conversación o una experiencia. Está bien saber que Ramón Gómez de la Serna nació el 3 de julio de 1888, en Madrid, a las siete y un minuto de la tarde, en la calle de las Rejas, numero 5, piso segundo. Pero qué es eso al lado de una libreta en la que habías apuntado una idea buenísima, que necesitas y no encuentras, pero que tu madre sabe que un día guardaste en una de aquellas carpetas azules que se cerraban con gomas, y que está en el trastero, debajo de la caja del viejo Scalextric.

No existen demasiadas desesperaciones comparables a la de buscar algo con ahínco, y sin resultado. En ese instante, con las manos vacías, tu vida depende de que se llenen. Tal vez eso que buscas carezca de importancia, y solo se trate de un capricho, pero ¿es que hay algo más trascendental que satisfacer un antojo puntual, efímero, palpitante, y que olvidarás enseguida? Eso que buscas puede ser una frase escrita un día en el papel, que se te ocurrió mientras te duchabas, y saliste a anotarla con la cabeza enjabonada; una camiseta horrible, a la vez que tu camiseta favorita, y que te gustaría poner hoy precisamente; las llaves de casa; el mechero; aquel reloj que te habían regalado hace tres cumpleaños; un libro de Fernández Cubas del que querrías recuperar un párrafo que habías subrayado; una foto que te hiciste con Futre... Puede ser cualquier cosa absurda, irrelevante y estúpida, que en ese instante será la cosa de la que dependa tu vida.

La vida va de buscar. A veces va de no saber qué buscar, como cuando buscas sentido a lo que pasa

Es posible que, después de todo, eso que persigues también sea algo importante, y ligeramente urgente, así que las prisas retrasarán aún más el hallazgo. Poco se puede hacer al respecto, salvo en ocasiones dejar de buscar. Pero nadie renuncia a una búsqueda infructuosa. Vas de una parte a otra de la casa, primero de pie, después de rodillas, y cuando llega el momento de mirar debajo de la cama, a rastras. Hurgas en los cajones, en las cajas, entre los libros, en los altillos, en los bolsillos de abrigos que hace años que no vistes, en maletas vacías, en libretas en blanco, dentro de archivos ajenos… Es preferible volverse loco a quedarse tan ancho, y quieto. De pronto, descubres que estabas equivocado cuando gritabas, con estúpida arrogancia, aquello de "¡Dejad todo en mis manos, que esto lo arreglo yo metiéndome en la cama y dejando que se arregle solo!". Es un descubrimiento espeluznante.

La vida va de buscar. A veces va de no saber qué buscas, como cuando buscas el sentido de lo que pasa. Todos hemos buscado cosas, casi siempre siguiendo el mismo patrón. Primero exploramos en aquellos sitios donde creemos que las vimos por última vez. Tiene lógica, aunque algunos días la lógica no tiene nada, está vacía. Raramente las cosas perdidas se encuentran en su sitio natural. Entonces trasladamos las pesquisas a lugares donde es imposible que aparezcan. La desesperación es eso, el triunfo glorioso del absurdo, como el día que descubres, en un pantalón que hacía un año que no te ponías, un billete de diez euros. Después de todo, la vida también va de encontrar cuando no buscas. Y cuando nada de esto da resultado, llamas a tu madre, que no sabe de qué le hablas, pero lo encuentra al instante, sin esfuerzo, mientras te dice "no sabes buscar".

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