Opinión

El panorama

DESPUÉS DE un paréntesis estival que ha sido muy breve, y no ha supuesto la suspensión que el estío conlleva en el debate público, se reactiva lo que antes del verano era, política y socialmente hablando, una realidad tremendamente efervescente.

Y me temo que, ni los diálogos, ni las operaciones oportunistas, ni las estrategias de imagen, ni las elecciones tan siquiera van a relajar el acaloramiento que en muchos sectores impide que se recupere la serenidad que permita abordar razonablemente los problemas.

No es nada nuevo por estos lares. Por no abundar demasiado en los antecedentes históricos, si nos remontamos a 1918, vemos que la neutralidad española en un entorno europeo conmovido por la I Guerra Mundial, entonces Europa era o parecía ser el mundo, no proporcionaba a nuestra vida política y social la paz y la tranquilidad que pudiera esperarse de nuestra marginación de la tremenda contienda.

Las Cortes se habían disuelto el 3 de enero de 1918 y se celebraron elecciones generales el 24 de febrero. Esos comicios tuvieron lugar mientras el país era sacudido por una crisis que en realidad eran cuatro, que se prolongaban y condicionaban la vida nacional: la de sectores burgueses, la de organización territorial, que no se resolvió con la creación de la Mancomunitat catalana, la obrera y la militar.

Sacudió a la opinión pública que fueran elegidos diputados los cuatro condenados el 4 de octubre por un Consejo de Guerra a cadena perpetua que cumplían en el Penal de Cartagena, por haber formado parte del Comité de la huelga general revolucionaria de 1917 del mes de agosto: eran Largo Caballero, Anguiano, Besteiro y Saborit, todos ellos socialistas. En esas Cortes pasaron de detentar un solo escaño a ocupar seis. Besteiro fue elegido por Madrid junto a Pablo Iglesias, Largo Caballero por Barcelona, Anguiano por Valencia y Saborit por Oviedo. Fueron amnistiados el 9 de mayo siguiente después de notables movilizaciones.

Sin embargo la formación de Gobierno no fue fácil. Tuvo tal dificultad que el Rey don Alfonso XIII, el veinte de marzo, angustiado y desesperado parecía dispuesto a abandonar el país. Citó a todos los dirigentes de los partidos y minorías monárquicas y fruto de ese encuentro se pudo articular un Gobierno nacional integrado por representantes de todos los partidos afines a la monarquía, presidido por don Antonio Maura, que era rescatado del ostracismo en el que llevaba 10 años.

Claro, no se resolvieron las crisis. Ese Gobierno duró 7 meses Las minorías de izquierdas acusaron de facciosas a las nuevas Cortes y las diferencias entre unos y otros que revelaba el fin del turnismo de la restauración condujo a unas nuevas elecciones en junio de 1919, en tanto se suspendían los derechos constitucionales.

¡Qué antecedente! Realmente si demasiados creen que sus razones son las únicas validas, la convivencia social es imposible. Todo lo que hoy sucede no es sino otro episodio de demasiados desencuentros y una crisis que no podrá resolverse si se sigue tirando constantemente de la cuerda por unos y por otros, sin dejar de hacerlo, ‘dialóguese’ o no entre tanto, hasta que esta se rompa, Y esa quiebra dará paso a un conflicto, que se sustanciará como suele ocurrir, con los grandes conflictos, con todas las consecuencias. Y después, volver a empezar. Ojala que no sea así, pero el panorama es lo que apunta.
 

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