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El mejor amigo

talonodentroEs difícil existir sin tener un mejor amigo. Habría que llevar las cargas secretas de uno mismo toda la vida, y sería como estar de pie por dentro continuamente, sin caer en una silla o sobre una cama. Tu mejor amigo es una forma de simplificar, y simplificar siempre es bueno. No necesitas cinco ni diez, sino al mejor. En su compañía, y solo en la suya, seguramente, se cuentan o escuchan cosas que crean un alivio automático apenas son dichas. Su presencia puede durar toda la vida, una época, varias, o unos cuantos años.

Las circunstancias que se van sumando diariamente a tu existencia hacen que esta cambie, y los cambios, imparables, pueden arrasar también las cosas sagradas, como una gran amistad. Si no lo hace, y se mantiene a través de los altibajos –matrimonios, mudanzas, decepciones, divorcios, nacimientos, muertes–, la amistad se parece a un espectáculo de la naturaleza. Cuando el mejor amigo se distancia, su hueco es flagrante, y casi grita, pero quizá con el tiempo pueda ser ocupado por otra persona. En cualquier caso, las marcas que deja van siempre contigo. Nunca te olvidas de tus mejores amigos, aunque ya no lo sean, y siempre te estás preguntando por qué tuvisteis que alejaros, qué pasó, o si volveréis a encontraros.

Hace un par de meses, en una carta enviada a The New York Times, una señora llamada Deborah Malick evocaba de qué manera, cuando era adolescente, ella y otra chica de su edad se habían hecho las mejores amigas del mundo durante un campamento de verano al norte del estado de Nueva York. "Éramos dos muchachas inseparables que el resto del año, al finalizar el campamento, vivíamos a cinco horas de distancia la una de la otra". Pero para dos adolescentes que no conducían, esas cinco horas equivalían a vivir en lados opuestos del país.

Cada verano, al llegar agosto, los organizadores del campamento las llevaban a Manhattan de excursión, y a veces las dejaban solas durante horas, en la confianza de que estarían seguras y regresarían en hora al autobús. Generalmente, se dirigían por el camino más corto a Washington Square Park y allí gastaban casi todo su tiempo. Cuando el último verano en el campamento llegó a su fin, se prometieron que, si no se veían durante sus años universitarios, se reunirían al cabo de un lustro desde su último encuentro, precisamente en Washington Square Park. "Elegimos una hora específica y prometimos esperar un par de horas en caso de que alguna de las dos llegara tarde", contaba Deborah.

Durante algún tiempo, mantuvieron el contacto. Se escribían cartas y se llamaban por teléfono. Entretanto, la vida impuso sus cambios implacables, y un día el contacto entre las amigas se desvaneció. Dejaron de llegar cartas y de sonar los teléfonos. "Aun así, éramos la clase de personas que cumplíamos nuestras promesas". Deborah estudiaba Historia del Arte, y organizó sus investigaciones de tal forma que la llevasen a Manhattan en la fecha de la reunión que había planificado con su amiga. "Fui al parque. Ella no apareció. Yo estaba triste, pero lo entendí. La gente sigue adelante con sus vidas", admitía en su carta.

Quizá su amiga perdió la hoja en la que había apuntado la fecha del encuentro, o se mudó a otro estado, o murió en un accidente automovilístico, o hacía mucho tiempo que había dejado de importarle Deborah y creyó que tampoco ella haría el esfuerzo de acudir cinco años después a su cita. Sea como fuere, Deborah todavía visita Nueva York de vez en cuando, aunque ya rara vez en agosto. "Siempre que lo hago, doy un paseo hasta Washington Square Park. ‘Nunca te olvidaré’, le digo en mi cabeza a mi amiga cuando estoy allí. ‘Espero que la vida te haya tratadobien’", finalizaba su carta.

Tener un mejor amigo te da una confianza especial en los días. No temes perderlo. Y si lo pierdes, por las circunstancias que sean, no lo haces del todo. Sabes que está en alguna parte, y que si tú acuerdas de él, es casi imposible que él no se acuerde de ti. Es cuestión de tiempo volver a cruzarse.