El duelo

Cristina Raya Cando

EL DUELO se puede definir como el proceso de adaptación emocional por el que atraviesa una persona ante cualquier pérdida, lo cual no implica necesariamente la muerte de un familiar o amigo.

Las personas necesitan hacer el duelo por muchos motivos diferentes como pueden ser, la muerte de un ser querido (incluidas las mascotas), el divorcio, pérdida de un trabajo, cambios en la forma de vida, entre otros.

En el transcurso del proceso de duelo, el doliente atraviesa una serie de fases o etapas, pero actualmente no existe un acuerdo a la hora de determinar su número. Así nos encontramos autores que afirman la existencia de tres etapas y otros de hasta cinco. Estas pueden ser: Negación: «Esto no está sucediendo»; ira o enfado: «¿Por qué está sucediendo?»; depresión o dolor emocional: se experimenta tristeza por la pérdida; aceptación: se asume que la pérdida es inevitable, siempre teniendo en cuenta que no es lo mismo aceptar que olvidar. Destacar que no todas las personas tienen por qué pasar por todas las fases ni seguir este orden.

Este proceso no se limita solo a tener componentes emocionales, sino que también tiene una dimensión física, cognitiva y conductual, con esto nos queremos referir a que algunos de los síntomas emocionales podrían ser: culpa, ansiedad, tristeza, rabia, irritabilidad, alivio, soledad, miedo... Algunos síntomas físicos, por ejemplo: molestias gástricas, sensación de falta de aire, trastornos del sueño, dolores de cabeza... Cogniciones, como incredulidad, confusión, dificultades de memoria y atención, preocupaciones... y finalmente se pueden dar algunas conductas como: evitación de lugares o situaciones, atesoramiento de objetos relacionados, abandono de las relaciones sociales, llanto...

Por toda la cantidad de componentes que forman parte de un duelo no hay una manera adecuada de hacerlo, ya que en cada persona es diferente y existen una serie de factores que influyen a la hora de superar una pérdida como son los recursos personales de afrontamiento y adaptación, las circunstancias específicas de la muerte (en caso de fallecimiento), vínculos y significado de la pérdida, recursos de apoyos disponibles y el estado físico y emocional previo.

Por todo lo mencionado es complicado establecer una duración determinada del duelo, ya que el proceso completo puede estar entre los 6 meses y 4 años. Casi el 5 por ciento de la población sufre anualmente la pérdida de un ser querido muy cercano.

El tiempo medio de duración del duelo suele ser de 6 a 12 meses, pero en el 10 por ciento de los casos persiste más allá de 18 meses y se cronifica. Es más, alrededor de un 20 por ciento de los padres que pierden a un hijo no llegan a superarlo nunca. De ahí la importancia del papel de los psicólogos y/o psiquiatras en estos casos.

En los casos en los que cueste superar el duelo y si no comienza a sentirse mejor con el transcurso del tiempo o estos sentimientos empiezan a perturbar su vida diaria podríamos estar hablando de un duelo patológico. La diferencia fundamental entre un duelo normal y uno que no lo es, está en la intensidad y duración de las reacciones emocionales en cuyo caso seria conveniente acudir a un profesional.

La elaboración del duelo consistirá en un arduo trabajo psicológico dirigido hacia la aceptación de la nueva realidad interna y externa. Y ello supondrá la superación de la tristeza y la reorientación de la actividad mental y social hacia nuevos objetivos.

Cuando se detecta la necesidad de iniciar un tratamiento debido a que el proceso de duelo está siendo proporcionalmente desmesurado en cuanto a la temporalidad, las reacciones, las emociones, étcetera..., las tareas que se realizarán para la elaboración del duelo serán las siguientes: aceptar la realidad de la pérdida, trabajar las emociones y el dolor, adaptarse al medio en el que el difunto o pérdida está ausente y recolocar emocionalmente al doliente y continuar viviendo.

Finalmente, mencionar algunos aspectos terapéuticos para favorecer una evolución saludable del duelo como son concederse tiempo y espacio para recomponer los pensamientos, permitir la expresión del dolor ante la pérdida, reconocer los propios recursos y los límites de sus capacidades. Asimismo, los ritos que la familia proponga en beneficio de la persona fallecida: funerales, luto, etcétera, son beneficiosos, como también lo son el no precipitarse en la toma de decisiones, estructurar su tiempo: actividad, descanso, búsqueda de recursos de la comunidad que estén a su alcance y aceptación de nuevos apegos.

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