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El debate

En mi cabeza se juega un partido de tenis eterno que hace que decida sobre las cosas meses después de que estén de actualidad. O ni eso

MI CABEZA funciona como en los dibujos animados, con un diablito con tridente tamaño palillo en un hombro y un angelito de alas batientes en el otro. Ay la simpleza. Ahora a Trump lo dibujan siempre así, pero escoltado solo por diablitos porque ya sabemos que lo suyo es un grifo abierto de maldades. Lo mío, no. No siempre. Lo mío es más bien un plató de televisión con Vidal y Buckley soltándose 'ysis' (No Isis). Dice Vidal que una cosa es así y replica Buckley que "¿y si es asá?". Y viceversa, un partido de tenis eterno, un maratón de réplicas y contrarréplicas que hace que decida qué pienso sobre las cosas como mínimo meses después de que estén de actualidad. A veces años. Otras, nunca.

Cuando leí la entrevista de Cifuentes en la que decía que, en las reuniones de trabajo con hombres, se "hacía la rubia" porque así "se consigue mucho más" me asombró la torpeza. Siempre me ocurre cuando gente que recibe cursos sobre qué decir y cómo decirlo resulta ser tan mala alumna y acaba revelándose. Le dieron estopa por todos los lados, ella quiso puntualizar y arreglarlo sin conseguirlo, la olita de indignación murió y la vida siguió. Yo no esperaba gran cosa del feminismo de Cifuentes, su discurso me vino a decir que hacía bien en no hacerlo y sigo igual. Pese a todo, me dio cierta vergüenza ajena. No porque los políticos sean así. Mira tú. Lo que me cuesta entender es que alguien tolere ir por la vida quedando de tonta.

Esa reflexión la pronunció en mi debate cabecil Vidal todo lleno de razón. Qué espanto, dijo. Qué apuro, cómo le puede hacer gracia, insistió. ¿Realmente sirve de algo presentarse como una locuela a a la que los hombres le tienen que explicar las cosas porque si no ella no se entera?, se preguntó. Y, sobre todo, teniéndose por lista, por una tía que sabe y que si no sabe en ese preciso momento, sabrá, ¿no es un trabajazo fingir que no?, dijo como zanjando algo.


Todos creían que era imposible que una mujer fuera a ganarles y se comportaban con la certeza de que había sido convocada solo para figurar


Buckley negó con la cabeza y masculló cosas. Estaba ya rojo, como lleno de argumentos, pero se ve que le costaba verbalizarlos. Su mudez indignada, su incapacidad para rebatir hizo que, durante unas cuantas semanas, solo pensara en lo absurdo y cansado del comportamiento de Cifuentes.

Pero vino a echarle una mano a ese tertuliano de mi cabeza la historia de Annie Duke, una jugadora profesional de poker. Pocas cosas me interesan menos que los juegos de azar, pero escuché la entrevista a esta mujer y Vidal, Buckley y todo mi plató cerebral, ese eterno debate que me hace runrún dentro, enmudeció. Duke se presentó hace 13 años a un campeonato luchando contra un estereotipo habitual y echando mano justamente del que hablaba Cifuentes: el de equiparar mujer y tontería.

Era un torneo televisado y la jugadora acudió convencida de que se le quedaba grande, participaban en él nueve excampeones del mundo y ella todavía no había logrado un gran premio. La habían invitado porque, en cámara, quedaba bien sentar a una mujer a la mesa. Eso fue algo contra lo que tuvo que razonar activamente: la amenaza del estereotipo, el fenómeno según el cual el estereotipo existente sobre un grupo al que perteneces puede afectar a tu rendimiento. En este sería: eres mujer, sabes que existe el estereotipo de que las mujeres juegan mal al poker, empiezas a pensar que qué haces ahí, que estás por estar, que no tienes posibilidades, te desconcentras, juegas peor, pierdes y confirmas que, efectivamente, las mujeres como tú jugáis peor. Ser consciente del estereotipo amenaza tu juego.

Al mismo tiempo se da otro fenómeno: la tasa del estereotipo, que es lo que 'pagan' quienes creen un estereotipo sobre determinado grupo y que los miembros de ese grupo pueden usar a su favor. En ese caso, afectó al resto de jugadores y benefició a Duke. Todos creían que era imposible que una mujer fuera a ganarles y se comportaban con la certeza de que había sido convocada solo para figurar, que no era una verdadera amenaza. No se tomaron en serio sus jugadas y las interpretaron todas como faroles.

Alguno hizo auténticos comentarios despectivos, otro flirteaba con ella, hubo quien la ignoró... En la entrevista, incluyen las murmuraciones de uno de los jugadores cuando ella muestra sus cartas por última vez. No da crédito, se le oye perfectamente repetir "No puede ser, no puede ser...". Duke acaba de ganar dos millones de dólares por su habilidad en el juego y el empujoncito de la tasa del estereotipo. Evidentemente, en pocos sitios se le puede sacar tanto partido como en un juego en el que fingir que tienes lo que no tienes y que no tienes lo que tienes es el principal requisito.

En este punto, atención, Buckley agita el flequillo, sube los hombros y con el índice señala al cielo. Acaba de encontrar su argumento y, ay Dios, defiende a Cifuentes: ¿Acaso no es la política otro sitio en el que eso mismo es utilísimo?

El plató cabecil se revoluciona. Parece ya un debate de La Sexta Noche. ¿Quién toma una decisión en esa tesitura? ¿La tomaré alguna vez?

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