Opinión

El cíborg aguarda

En los próximos años se planteará con intensidad –espero– un debate ético acerca de las posibilidades y los límites de la incorporación de elementos técnicos en nuestro interior

ACABA DE morir Rutger Hauer, el actor holandés que nos dejó sobrecogidos en su papel de replicante autoconsciente y rebelde en la película Blade Runner con su monólogo final, comparable a algunas de las mejores frases de Shakespeare, en el que estando a punto de terminar su vida dice: "He visto cosas que los humanos no podríais creer (…) esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia". En realidad, cada vez que un ser sintiente e inteligente perece, ocurre eso mismo, de ahí el estremecimiento que a todos nos recorre al ver esta escena cinematográfica de culto.

El replicante era una creación del genio de la Biomecánica que también aparece en el film. En los años ochenta, cuando se realizó Blade Runner, aún se veía lejano el futuro en que fuera posible producir seres artificiales dotados de cualidades humanas completas. En la actualidad, aunque esto no se haya logrado todavía, sin embargo existen ya seres humanos provistos de mecanismos artificiales de avanzada tecnología insertos en su cuerpo, ya se trate de prótesis auditivas o visuales que permiten suplir al oído y la vista, o de brazos o piernas articuladas movidas por impulsos nerviosos del propio sujeto. Esto supone un indudable avance en la superación de tales taras físicas, pero al mismo tiempo preludia la consecución del mito del cíborg: el ser, hasta ahora solo producto de la ciencia ficción, mixto de humano y máquina; o, más rigurosamente definido, el organismo modificado y perfeccionado por la tecnología cibernética.

En los próximos años se planteará con intensidad—espero— un debate ético acerca de las posibilidades y los límites de la incorporación de elementos técnicos en nuestro interior, incluida la mente a través del cerebro. Mejorar artificialmente la memoria u otras capacidades cognitivas puede ser un desafío cercano, con las consiguientes implicaciones sociales (la desigualdad sobre todo) que pueda acarrear.

Pero no olvidemos que los transhumanistas que apoyan sin reservas estas intervenciones en la naturaleza humana alegan que ahora ya somos todos un poco cíborgs al utilizar nuestros móviles como extensiones de nuestro organismo para informarnos y comunicarnos. Sea como sea, lo que es indudable es que el debate está servido y el mito del replicante producido por la biomecánica está cada vez más cerca.