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El centro vaciado

TODO ESTÁ cambiando. Y no lo hace necesariamente para mejor. Siento verdadera pena cuando paseo por alguna de las calles más transitadas del centro de Lugo. Tengo la impresión de que la vida del casco histórico se escapa poco a poco por las puertas siempre abiertas de la Muralla, ese pericardio de piedra que recubre el corazón de la ciudad. Son muchos los establecimientos comerciales que han cerrado sus puertas en los últimos meses. La sangría no para. Las bajas se suceden casi semana a semana. Ni siquiera es fácil establecer un patrón. Hay negocios que pasan a mejor vida por la jubilación de sus propietarios, emprendedores que desisten de su aventura, tiendas de siempre en las que ya nadie entra, comercios que intentan ofrecer algo distinto y acaban por languidecer entre la indiferencia. Caen grandes y pequeños. Autónomos sin red y franquicias de poderosas multinacionales. Locales antes codiciados se quedan vacíos. Desprovistos de los oropeles de los escaparates, muestran de forma descarnada sus entrañas laceradas y sus esqueletos destartalados. Todo es más feo. Mucho más triste. Hay carteles que anuncian alquileres por todas partes. Se respira una incómoda provisionalidad. Los supervivientes aprietan los dientes y resisten, pero no ocultan su desasosiego. Se preguntan hasta cuándo va a durar esto. A dónde vamos a llegar. Qué se puede hacer. Con quién pueden contar. Qué quiere la gente. No encuentran las respuestas que buscan.

Los síntomas de esta peste son visibles. La mortalidad es muy elevada. No es fácil, en cambio, dar con el origen de la enfermedad para erradicarla. Hay quien culpa, al menos en parte, al elevado precio de los alquileres en el centro de la ciudad. Algunos arrendatarios aseguran que hay propietarios que están dispuestos a ver su local vacío antes que a bajarse de la burra. Pero todo está cambiando, también para ellos. Es innegable que la irrupción del comercio electrónico ha matizado como nunca antes la importancia de la ubicación física de los negocios. Hay una nueva forma de comprar y de vender que ha removido las convenciones del propio gremio. El cliente tiene acceso libre a una oferta ilimitada, disponible a cualquier hora del día. El cebo y el anzuelo están siempre en el agua. Los escaparates virtuales se instalan en el salón de nuestra casa, en la cocina, en el dormitorio o incluso en baño. Basta un dispositivo con conexión a una red de datos y el número de una tarjeta de crédito. Resulta difícil competir y más cuando las propias marcas actúan de forma desleal con pequeñas tiendas que usan a modo de exposición.

Hace apenas unos días asistíamos en Lugo a la presentación de una nueva plataforma vecinal creada, según sus promotores, para buscar soluciones al proceso de desertización humana que viene padeciendo desde hace tiempo la zona rural. Las aldeas se quedan sin gente. Quizás haya llegado el momento de poner en marcha una iniciativa similar para salvar lo que queda de la actividad comercial en el casco histórico de la ciudad. El centro se está quedando poco a poco sin comercio. Y sin vida. Sin negocios las calles se convierten en meros lugares de paso. Vías de tránsito para ir de un lugar a otro. Circuitos urbanos forrados de apatía y desinterés.

No sé cuál puede ser la solución. Es probable que ni siquiera exista. Pero aun así, la resignación no es una posibilidad. Tampoco la desidia de las administraciones públicas. Pueden hacer mucho más de lo que están haciendo. Para ello se requiere de imaginación, talento y dinero. Por ese orden. En otros lugares, si no pararla, al menos han conseguido frenar esta tendencia. Hay que acompañar a los emprendedores y compartir el riesgo con ellos. Es importante. También lo es mejorar la imagen y los servicios de la propia ciudad. Hacer que sea un lugar agradable para la gente. Hay que seguir rehabilitando el barrio de A Tinería, avanzar en la peatonalización del casco histórico, mejorar la limpieza, renovar el mobiliario urbano, embellecer los espacios públicos, cuidar el patrimonio y organizar actividades atractivas para propios y extraños.

Resulta triste, incluso hiriente, ver como la Xunta y el Ayuntamiento de Lugo llevan semanas enfrentadas por el uso del cuartel de San Fernando en un centro vaciado en el que no sobra de nada. En esa guerra, es la ciudad la que pone los cadáveres.

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