Efectivamente. Todo roto

El fin de semana pasado, y después de un par de noches infernales, nos despertamos con la ciudad completamente desordenada y el país literalmente roto. Carreteras cortadas, pueblos enteros sin luz, árboles desparramados, el teléfono que no funciona… Los medios de comunicación dan testimonio del desastre; describen la situación y la apoyan con los datos que les certifica la Administración. Los afectados –en cuanto el viento amaina- empiezan a reconstruir los alpendres y a arreglar los tejados: las cámaras están allí para que los urbanitas lo veamos. Lo que más me sorprende de todo este proceso natural es cuando se produce el acta notarial del Presidente; esa foto en la que aparece el líder con cara compungida viendo el desastre desde la ventanilla de un helicóptero, o bajando al terreno para certificar cómo el huracán arrastró todo lo que tenía por delante.

¿Desde cuándo convenimos en que los representantes políticos tenían que visitar las desgracias en un tour? Porque lo peor de todo es que la culpa no es de ellos. Somos nosotros los que, después de un accidente, queremos que vengan a vernos al hospital, les enseñamos los puntos y, antes de que se vayan, le pasamos la factura para ver si se pueden hacer cargo. Entiendo que se pidan ayudas para amortiguar la catástrofe, que se active un servicio de urgencias con el fin de que el país reviva la normalidad en un corto espacio de tiempo; lo que se me escapa es que se aprecie efectividad en el ritual de “interrumpir el fin de semana para seguir desde cerca la catástrofe”. ¿De verdad hace falta que la siga desde tan cerca?

La explicación a la demanda popular del acto de presencia puede estar en un concepto un tanto anticuado —pero muy arraigado en nuestra cultura— de certificar que se echan horas en la oficina. La manera antigua de ver que un responsable político está trabajando es verlo en actitud fraguiana: remangado, de aquí para allá, cortando cintas, abriendo discursos, repartiendo las ayudas en persona… Si el oficinista puede ser más efectivo con el teletrabajo, tenemos que acostumbrarnos a que los responsables políticos puedan coordinar rescates u ordenar operativos antiincendios desde un despacho a una distancia prudencial de la zona cero. Aún iría más lejos; no es nada extraño pensar que la coordinación y la organización de los recursos en momentos de catástrofe sean más eficaces en la retaguardia y con una perspectiva un poco más amplia. Y si es preciso que vaya un fotógrafo, y le saque unas fotos en mangas de camisa sudando el fin de semana.

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