Echando cuentas

SALGO A LA CALLE y el coche me está esperando, vacío. Se abre la puerta, me siento en el asiento del copiloto y nos vamos.

En ese coche iré dentro de unos años, apampando y pensando en el futuro, ese que yo esperaba ya para 2015 pero que no hace más que retrasarse. Un futuro, entonces presente, en el que los coches se conducirán solos y, para los clásicos que quieran seguir al volante, unos sensores en el asiento serán capaces de predecir cuando se relajan de más y corren el peligro de pegársela para despertarles a bocinazos antes de que ocurra.

Todo gracias a los famosos big data, esas grandes colecciones de información que ahora somos capaces de recoger, transmitir y analizar, y, en el caso de mis sueños conductores, gracias a que enseñamos a las máquinas a pescar mientras que antes solo les dábamos peces. Empezó Arthur Samuel en los años 60, cuando trabajaba para IBM y quiso contar con alguien que nunca dijera que no a una partida de damas y acabó creando un programa de ordenador imbatible. Empezó a ganar solo cuando se le permitió ir adquiriendo por si mismo más y más información para afinar sus predicciones en función de la experiencia. Por primera vez, una máquina superó en habilidades al hombre en una tarea que este le había enseñado. Estos días saltó la noticia de que también hay un algoritmo infalible al poker, un juego en el que casi todo es estrategia, dicen los aficionados para justificar esos combos de gafas de sol y gorra que lucen los profesionales en la tele, que no se sabe si van a la mesa o al campo de golf.

Kenneth Cukier, el editor de datos de The Economist, hombre apasionado por las posibilidades de los big data, predica sus ventajas allá por donde va y utiliza un ejemplo muy simple para explicar por qué en esto de los datos cuantos más, mejor. La tarta de manzana es la preferida de los americanos, cuenta, y esto se sabe revisando los datos de ventas de supermercados, donde es la variedad más vendida en las tartas congeladas con diámetro de 70 centímetros. Sin embargo si se revisan los datos de ventas de las de 30 centímetros, un formato que se empezó a comercializar más tarde, la de manzana cae al cuarto o quinto puesto. ¿Deja de ser la preferida de los consumidores? En realidad no porque nunca lo fue. Cukier explica que siempre fue la segunda preferida, de forma que era aquella que las familias accedían a compartir, pero ante la posibilidad de llevarse porciones individuales los compradores empezaron a elegir, cada uno, su favorita real y se acabó el aparente reinado de la de manzana.

Los datos, los big data, proporcionan una información sustancial que muchas veces contribuye a acabar con creencias que tenemos incrustadas y que resultan mentira, esas mentiras goebbelianas con aspiración a ser verdad a base de repetirse. Múltiples datos se incluyen, por ejemplo, en un metaanálisis de ensayos clínicos: el análisis de numerosos ensayos sobre lo mismo que, al juntarse, suponen una muestra infinitamente superior y por tanto más fiable. Así, hay metaanálisis que prueban que los antidepresivos no son más eficaces que el placebo en casos de depresión leve, moderada o grave y solo lo resultan un poquito más útiles si se padece una depresión muy grave. Teniendo en cuenta que son de los fármacos más prescritos en algunos países, pensar que si se recetaran pastillas de azúcar en su lugar se obtendrían los mismos resultados no deja de tener su interés.

Pese a lo necesario de la información que proporcionan y a que somos nosotros en realidad los productores de datos, el acceso es muy limitado. Hace unos meses conocí a un periodista empeñado en averiguar qué hospitales eran los mejores y los peores de su país, en cuáles se moría más la gente durante su ingreso o tras una cirugía, en cuáles se producían más infecciones durante la hospitalización, en cuáles se acumulaban las demandas por negligencias y en cuales no había ninguna, qué medios tenía cada uno... Desesperado por la cerrazón de la Administración, que no soltaban los datos ni por asomo (datos que fabrican él y sus compatriotas yendo al médico, operándose y muriendo o sobreviviendo tras la operación) contrató a un hacker y robó los datos de su Ministerio de Sanidad.

El ministerio, que a día de hoy sigue sin tener pruebas de que los haya robado, le ha presionado de mil maneras para saber cómo los consiguió.

En España pasa algo parecido, esa información existe pero no la conocemos. La Sociedad Española de Cardiología presentó su estudio sobre mortalidad por infarto, en el que solo da datos por comunidades autónomas y no por hospitales, y su presidente admitió recientemente en una charla que un consejero autonómico de una comunidad con mortalidad sustancialmente más alta que la de las demás le llamó para afearle que eso se supiese. El problema para él no era tanto que ocurriera como que la gente se enterara de que ocurría.

Yo quisiera saber. Y sin mediación de hackers, si es posible.

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