Opinión

Duty free mantero

SER MANTERO en las ciudades de España es poder pasearte con una tienda portátil de manera impune, sin pagar, sin policía ni autoridades municipales que te importunen y que mantienen un silencio cómplice. Es poder ocupar el espacio público, la calle de todos, para vender zapatillas falsas Nike o Adidas, bolsos y cinturones de imitación, o malas copias de los principales perfumes del mercado. Es reírse de nuestro sistema de deberes tributarios, el IAE, IVA, IRPF o la Seguridad Social no existen, y nadie pregunta por la autenticidad o el origen del género, ni se piden o dan facturas. La sensación de inseguridad que se genera es tal que en algunos municipios los comerciantes han tenido que contratar vigilancia privada para proteger sus negocios, lo que resulta inadmisible. 

Algunos políticos embarcados en demagogias populistas nada dicen del agravio que es ver a autónomos con la cabeza gacha haciendo cuentas para cumplir con sus obligaciones y salir adelante cada mes, mientras se tropiezan cada diez metros de acera con la competencia desleal de los manteros. Aunque nada justifica su inacción contra esta venta ilegal, estos políticos apelan a una falsa conciencia solidaria, sin caer en la cuenta de que ser solidario también es posible desde la legalidad y que aquí lo más solidario es pagar impuestos para contribuir al mantenimiento del llamado Estado de Bienestar. 

A quienes compran los productos de los manteros hay que concienciarlos de que están contribuyendo a enriquecer a las mafias y poniendo en peligro los puestos de trabajo en aquellos comercios que cumplen con la ley, porque es una falacia que sólo pierdan dinero las marcas falsificadas. Las cifras hablan por sí solas, se estima una pérdida de más de 77.000 puestos de trabajo y unos 7.000 mil millones de euros.

En el otro lado de la cuestión, son llamativas las declaraciones de Serine, portavoz de la Asociación Sin Papeles de Madrid, que niega que detrás de los manteros se encuentren mafias que les manipulen y desliza el argumento de que el problema es de racismo de la sociedad española. ¡Serine, no es racismo pedir que se cumplan las leyes! En cualquier caso, este argumento no se sustenta ya que somos uno de los países más tolerantes del mundo, según los datos oficiales del Pew Research Center, el Real Instituto Elcano e IPSOS. Es además curioso y no hay otro caso igual, que exista un colectivo dedicado a una actividad ilegal que cuente con su propio sindicato.   

A pesar de estas declaraciones hay pocas dudas de que detrás de los manteros se esconde un entramado de mafias perfectamente organizadas que utilizan inmigrantes para vender sus productos falsificados y los convierten en el eslabón más débil de la cadena. Estos ponen la cara para engordar a los que nunca la dan, porque los que más ganan no son los que deambulan de calle en calle, plaza a plaza. 

El top manta es un problema poliédrico y por tanto sin solución fácil. La presencia de manteros en ciudades como Barcelona o Madrid se ha desmadrado, y a pesar de las soluciones impulsadas por esos ayuntamientos  el tema se ha desbordado al producirse un evidente efecto llamada, que cada día hace que aumente su número. Si se sigue permitiendo que la ley se incumpla entraremos en un terreno muy peligroso y el problema se extenderá a más ciudades, porque para algunos es un buen negocio.

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