Opinión

Doctor Saa

LA FOTOGRAFÍA de la hemeroteca de El Progreso en la que aparecen don José Trapero y el Conde de Waldemar, el mago español más internacional, me retrotrae a sus frecuentes visitas a la Redacción, en los setenta, donde ofrecía siempre alguno de sus asombros. Manuel Rodríguez Saa, o el Doctor Saa, había nacido en Bagude (Portomarín) en 1885 y tras recorrer todos los continentes con su ingenio, actuando ante reyes y jefes de Estado, volvió a su tierra para morir, tres meses antes de cumplir cien años. En su juventud trabajó de camarero en Lugo, se fue a Madrid y más tarde a París, donde se consagró como un autodidacta y eminente ilusionista. Estrechó amistad con el emperador japonés Hiro Hito, y siempre contaba cómo le salvó la vida en Filipinas, en el ataque a Manila durante la II Guerra Mundial. Ante el pelotón de fusilamiento, se acordó de que llevaba consigo una fotografía con el emperador. La enseñó, le rescataron del paredón y se convirtió en protegido especial del ejército japonés. A todo ello, siendo el Conde de Waldemar uno de los lucenses más internacionales, ¿no merece que una calle lleve su nombre? En vez de rúas da Herba o da Garza, por ejemplo.

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