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Detrás de un rosal

rosal
Fue el viernes pasado, camino de casa, de noche, solo en el coche, cuando entendí que lo peor de lo que nos venía por delante era no saber qué nos venía por delante. Ese pequeño viaje lo suelo aprovechar para ordenar los dos días que se vienen; colocando la familia, las comidas, el fútbol, los amigos y el Breogán en el tablero de ajedrez. Pero esta vez no había piezas, se esfumaban entre los dedos cuando las intentaba agarrar. No solo me habían robado el fin de semana, me habían robado, nos habían robado, la normalidad. Incluso la que asoma al fondo en forma de lunes. Pero la normalidad, de alguna manera, está ahí fuera esperándonos. Me convenzo de ello cada vez que me acerco al fregadero de la cocina. Desde allí se ve un rosal. Tenía una sola flor cuando el coronavirus empezó a convertirse en un problema, una rosa que se pasó días y días esperando compañía… tantos que llegué a imaginar para ella un marchito final y un funeral solitario (demasiada crueldad hasta para una ironía). Pero no, el fin de semana en que España se quedó en casa, el rojo tiñó el cuadro que respira encima de mi fregadero. Son días duros, pero no olviden esto: detrás de un rosal, escondida, nos espera la normalidad.

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