Opinión

Desde la nada

PUDIERA parecer casual, no lo es. Muchas de las grandes empresas del universo nacieron de la nada, creadas por hombres y mujeres de extracción humilde, que acabaron conformando grandes fortunas hasta situarse como los más ricos o ricas del planeta. Bien cerca tenemos a Amancio Ortega, que de repartir su exigua mercancía en bicicleta por las calles de A Coruña, fundó Zara y el imperio Indetex. Pero nunca descuidó su austeridad personal. Ahora, en su discreta residencia sueca, acaba de fallecer Feodor Ingvar Kamprad, el desconocido fundador de Ikea. Más precoz incluso que Ortega. Nacido en el seno de una familia pobre, con cinco años vendía cerillas, semillas y bolígrafos a sus vecinos y con solo 17 años fundó la empresa uniendo sus iniciales (I.K.), con las dos primeras letras de Elmtaryd y Agunnaryd, la granja y el pueblo donde creció. «No creo que haya una sola prenda de las que me pongo que no haya sido comprada en un mercadillo de segunda mano. Eso significa que quiero dar buen ejemplo», decía). Suele reprocharse a estos emprendedores el haber explotado a sus empleados, olvidando que crearon miles de puestos de trabajo. Ojalá hubiese muchos así.

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