Opinión

¿Descarrila el capitalismo?

Ansiedad es quizás la palabra que mejor definía lo que va de siglo en Occidente (creo que también incertidumbre). Ansiedad ante la inseguridad laboral a la que se enfrentan los más jóvenes; ansiedad provocada por la desigualdad de los que anhelan a lo que no pueden aspirar; y ansiedad, ahora también, ante una pandemia que amenaza con sacudir nuestros cimientos sociales y que está obligando a los Estados a quemar las naves para evitar otra Gran Depresión. Hay un cierto consenso en torno a las causas de esta nueva sensación de pesimismo e incertidumbre radical: una mezcla de cambio tecnológico acelerado, que deja a grandes grupos de personas con habilidades obsoletas o muy peor pagadas, que traslada las áreas más fácilmente replicables de la industria a países emergentes con mano de obra barata y en última instancia a que los de siempre pretendan soluciones sencillas y radicales a problemas complejos.

Con este diagnóstico, Paul Collier, profesor de Economía y Políticas Públicas de la Universidad de Oxford, trata de ir al fondo del "síndrome del declive2 cuyo inicio fija casi cinco décadas atrás, afirmando que ese pesimismo está en buena medida justificado, ya que la mitad de la generación nacida en los ochenta vive "rotundamente peor" que sus padres a su misma edad, tal como recoge en su último libro, El futuro del capitalismo (Debate, 2019).

El capitalismo es el sistema económico que mejor resuelve las necesidades de los ciudadanos, pero periódicamente falla en su misión y necesita pasar por el dique seco para someterse a una puesta a punto. Así, al inicio de su libro, el profesor Collier afirma que este ha descarrilado y que existen grietas profundas que desgarran el tejido de nuestras sociedades y hacen que no esté funcionando bien. Brechas geográficas entre metrópolis florecientes, que atraen talento e inversiones, y ciudades menores en declive. Brechas sociales por la diferencia creciente entre las rentas más altas y las de colectivos como los parados de larga duración, las clases medias con ingresos estancados y futuro laboral inestable y los jóvenes que, incluso con un nivel alto de estudios, tendrán dificultades para alcanzar el bienestar de sus padres. Y por último una brecha mundial entre países ricos y pobres.

Paul Collier es crítico con la versión más salvaje del capitalismo, ya que no es defendible decir que la codicia es buena. Por ello, ha de ser un anhelo, insertar la ética, basada en valores morales y relaciones personales, en la economía, rechazando los postulados ultraliberales de quienes niegan cualquier intervención pública en la economía.

Esta idea de que un capitalismo más ético es posible encuentra rivales entre políticos de ultraderecha y radicales de izquierda. Los primeros dicen que lo que hay que hacer es acabar con la capacidad de acción del Gobierno y desregular, porque creen exageradamente en el poder de los mercados. Los segundos, inspirados por el marxismo, pretenden dinamitar el sistema y reivindicar la vuelta al comunismo, un sistema que no ha funcionado en ningún sitio.

Siguiendo a este profesor de Oxford, el capitalismo no funciona si se pone en piloto automático, que es lo que ha hecho que descarrile en los últimos años. Por tanto, debatir sobre si el capitalismo social tiene futuro debe estar en el orden del día, y desde luego discutir sobre su dimensión ética es una tarea inaplazable.

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