Opinión

Del cuco a los vencejos

Seguirá el calor, el estío puede incluso reforzarse, pero ya no es lo mismo, pues al declinar y acortarse la luz, la Naturaleza va decayendo



LA NATURALEZA nunca está quieta. Se mueve en círculo, cumpliendo inexorable su ciclo anual. Ningún día es exactamente igual al anterior ni al siguiente: una flor que ya no está, un pájaro que deja de cantar, una culebra que muda la piel, una hierba que nace, una mariposa que emprende sus efímeros vuelos. Unos llegan, otros se marchan, todos van cambiando y ningún paisaje se repite. Hay épocas en que esos cambios son notorios y hasta espectaculares, evidentes incluso para el más descuidado observador; tal ocurre, con la exhibicionista renovación de las jornadas primaverales o también en el otoño, cuando las hojas van cogiendo un tono diferente casi de hora en hora. Por el contrario, en los días cortos y hoscos de diciembre la vista y el oído no aciertan a identificar mudanza en ningún rincón de un entorno que parece estático, dormido, ausente; pero es sólo apariencia.

Así pues, en la rueda girante de la Naturaleza, los humanos nos esforzamos en poner señales, balizas que nos permitan orientarnos por el transcurrir implacable del tiempo. La más obvia, el calendario, especialmente con su división en estaciones y meses. Pero el que gusta del campo, de los paisajes, de los animales y de las plantas, ése se busca sus referencias particulares, las que le permiten controlar –sin controlar nada– el caminar por el año, un caminar que no concibe solo, sino en compañía de todos los seres que va encontrando en los paseos al aire libre. Puede ser la aparición temprana de los narcisos entre la nieve de las montañas. O la caída de las primeras hojas. O las acrobacias aéreas del celo de las aves rapaces. Cualquiera.

Y yo lo tengo claro. Lo mejor del año va desde el canto del primer cuco al último vuelo de los vencejos. Son los días de ir hacia arriba, de rozar la plenitud, de sentir que se crece y se disfruta por reflejo de las cosas que crecen y disfrutan. Acabando marzo, oyes la voz del cuco y sabes, por más que el tiempo siga desapacible, que la primavera ya está aquí, que el invierno, aunque se resista, está vencido, superada la prueba. Y llegan los vencejos a primeros de mayo para ir llamando al verano. Son aves tan exquisitas que sólo pasan tres meses por estas latitudes, los mejores, los de la última primavera, la más rotunda y esplendorosa, y los del primer verano, el de los días largos y perfectos. Pero desaparecen nada más empezar agosto. Seguirá el calor, el estío puede incluso reforzarse, pero ya no es lo mismo, pues al declinar y acortarse la luz, la Naturaleza –y nosotros con ella y en ella– va decayendo, apartándose de sus momentos culminantes. Esos momentos que trajo el cuco y se fueron con los vencejos.

Que, ay, acaban de irse.

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