Opinión

De verdad, no es necesario

Algunas de las torpezas de los líderes de Podemos no tienen justificación; otras, dan miedo

ES POSIBLE que Podemos sea lo mejor que le ha pasado a la democracia española en los últimos diez años. Desgraciadamente, todo apunta a que Podemos puede ser tambíén lo mejor que le ha pasado al PP en los últimos diez años, aparte del inexplicable crecimiento de sus cuentas bancarias y de la apertura de su nueva sede en Soto del Real, donde está a un paso de la mayoría absoluta. 

Su irrupción en la política española se dio en el momento preciso para encauzar buena parte del legítimo cabreo ciudadano con unos partidos y unas instituciones desacreditadas, cuando no deslegitimadas, por décadas de avaricia, ensimismamiento y estulticia. Podemos fue la vaguada para que esa avenida de hartazgo no se desbordara por el lado de la ultraderecha, los neofascismos, la xenofobia o el populismo cazurro, como ha sucedido en muchos países europeos, en la Gran Bretaña del Brexit o en los EE UU de Donald Trump. Como amenaza con suceder en la Francia de Le Pen. 

La simple aparición de Podemos como fuerza alternativa -me gustaría poder decir también que la de Ciudadanos, pero en estos momentos sigo desconociendo por completo qué es Ciudadanos, que un día son una cosa y al siguiente, la contraria o las dos a la vez- ha tenido además otros efectos positivos en el sistema y ha obligado a cambiar el paso a todos los partidos, aunque solo sea por miedo a ser barridos por la marea. Me gustaría pensar que esos efectos pueden ser ampliables y permanentes, salvo que Podemos se empeñe en lo contrario.


Son cinco millones de votantes que pueden empezar a dudar que Podemos sea lo mejor que les podía pasar


El rosario de torpezas del grupo más visible de sus dirigentes empieza a ser preocupante, sin que la coartada de la inexperiencia alcance ya para justificarlos. Algunos de ellos parecen haber desarrollado, por si fuera poco, una habilidad especial para cagarla en el momento más inoportuno, justo cuando más daño pueden hacerse a sí mismos y más aire pueden dar a sus rivales. Y, lo que es peor, sin ninguna necesidad. 

Esta semana, sin ir más lejos, han estado sembrados, empezando por el numerito de su purga interna y las maniobras para condenar al incómodo Errejón a las tinieblas, que ha derivado en un absurdo intento de manipular a un medio de comunicación y una patada en las pelotas a la libertad de información. Están en su derecho, desde luego, de prohibir a Errejón seguir acudiendo a la tertulia de Hora 25 en la Cadena Ser, si es así como entienden la democracia interna de partido y si el propio Errejón pliega la oreja, pero el empeño en imponer como sustituta a Montero en contra del criterio del propio medio de comunicación es mucho más que rídículo: revela el preocupante concepto de la libertad de información que parecen tener algunos de ellos, incompatible con la democracia. 

Porque hay algunas cosas que hay que tener claras, que no admiten vacilaciones. Tampoco hacen falta muchas, pero al menos las imprescindibles para ir tirando. Entre ellas, si se está a favor o en contra del fascismo, en cualquiera de sus formas. Sin matices, sí o no. Echenique, por lo que parece, aún no lo ha decidido. Este mismo sábado declaraba en Onda Cero que él se abstendría en la segunda vuelta de las elecciones francesas: «Le Pen es peligrosa y Macron es la causa de que el fascismo coja vuelo», razonó, por llamarlo de algún modo. Pero si es que no hay ninguna necesidad, de verdad, ni un solo ciudadano francés va a decidir su voto en función de lo que opinen Podemos, Partido Popular, PSOE, los laboristas británicos o la CDU alemana, así que para decir esto es mejor pensarlo dos veces. Porque si no tiene perfectamente claro que siempre será mejor un demócrata convencido y defensor del estado de derecho, por muchas diferencias ideológicas que tengamos con él, que una neonazi xenófoba que crece en la indigencia intelectual y moral, quien tiene un problema es él. Y con él, su partido, que a lo mejor precisamente por cosas como esta condenó a la abstención a un millón de votantes en las últimas elecciones generales. 

Aunque para quedar en evidencia sin necesidad, nadie mejor que el líder supremo, Pablo Iglesias. Su anuncio de que presentará una moción de censura no ha podido ser más desastroso. Una moción de censura que se anuncia sin habérselo comunicado siquiera antes a sus propios diputados y sin haber buscado ni un solo apoyo que le permita no ya sacarla adelante, sino hacerla pasar por algo más que un simple desfile militar mayor gloria del caudillo. Iglesias ha pensado en usar el arma más poderosa de nuestro sistema parlamentario como si fuera el líder del mundo libre lanzando ‘la madre de todas las bombas’ sobre terroristas en Afganistán, y se ha quedado en un remedo de Kim Jong-un frustrado con sus pruebas fallidas de misiles balísticos que le explotan en las narices al poco de ser lanzados. 

No sé, pero para mí que cinco millones de votos es un arsenal que debe manejarse con mucho más respeto y mejor criterio. Son cinco millones de esperanzas, de miradas al futuro que deberían servir para algo más que para suturar egos y aposentar ocurrencias. Son cinco millones de votantes que en cualquier momento pueden empezar a dudar de que Podemos sea realmente lo mejor que les podía pasar

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