Un conductor anónimo narra su viaje de Lugo a Santiago durante el toque de queda

Pocos controles y menos movimiento en la autovía A-54 en un trayecto de madrugada
Un control en Santiago. EFE
photo_camera Un control este miércoles en Santiago. EFE

Pasan ocho minutos de la medianoche del miércoles —ya jueves, como recuerda la radio del coche—. El conductor, que se refugia en el anonimato, inicia un viaje por motivos laborales entre la capital lucense y Santiago de Compostela. Este es un resumen de lo ocurrido durante el trayecto, narrado en primera persona.

→ 00.10 horas. Salgo de casa, recorro un tramo de la Ronda da Muralla. Impera el silencio. No se mueve ni una mosca. Se enciende el semáforo y bajo por la calle Santiago. A la altura del colegio San José me encuentro a un joven que pasea a dos perros —¿no estaba prohibido?— tan campante. Lleva puesta la mascarilla.

→ 00.12. Cruzo el puente blanco, como le llamamos los lucenses... no sé si por su color o en homenaje al exministro José Blanco. Más de lo mismo. Silencio y quietud en la noche. Ningún control.

→ 00.13. Subo en dirección al cementerio. Un hombre realiza labores de mantenimiento en un camión a la altura de uno de los bares de la zona. No se atisba ningún movimiento, ni siquiera en dirección al sanatorio Polusa.

→ 00.15. Dejo atrás el camposanto, hago la rotonda donde se encuentra Transportes Valín y me aproximo al acceso a la autovía A-54 con dirección a Santiago de Compostela. Ningún coche se cruza en mi camino. Todo expedito.

→ 00.33. Dejo el límite de la provincia de Lugo y me encamino hacia Melide. Sigue sin haber ningún vehículo, ni delante, ni detrás, ni en sentido contrario.

→ 00.43. Llego a la villa de Melide. Al salir de la curva, veo una luz y dos agentes de la Guardia Civil me piden que me detenga. Al otro lado de la carretera observo que hay un turismo también detenido. Iba supuestamente hacia Lugo. Uno de los guardias se dirige a mí amablemente. Me pongo la mascarilla, bajo la ventanilla y le muestro el justificante de mi empresa. "¿Va hacia Santiago?", me pregunta sin casi leer el papel. Le contesto afirmativamente y me dice que continúe el viaje. Le doy las gracias y recuerdo por un momento lo habituales que eran para mí este tipo de escenas durante el confinamiento.

→ 00.58. Arzúa me recibe en absoluto silencio. Nadie por la calle. Sus terrazas, generalmente animadas, incluso a esa hora de la noche durante el verano, están totalmente vacías. Para mi sorpresa tampoco se observa ningún control, como si todo se autorregulase en cierto modo.

→ 01.28. Llego a Santiago en la más absoluta de las soledades. Nadie comparte el tramo final de la autovía conmigo. Eso sí, en la circunvalación me encuentro un vehículo policial aunque no me presta atención.

→ 01.30. Llego a mi destino, entro en el garaje y respiro aliviado. Fue un viaje plácido y tranquilo pero al mismo tiempo inquietante.

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