Colorín, colorado...,

SI EL CLIMA se comporta de forma educada en las próximas semanas, las obras de la Autovía del Cantábrico estarán terminadas antes de que finalice el año. La propia ministra de Fomento confirmó que ella misma viajará a Galicia para supervisar el remate de los trabajos, seguramente en cuestión de días. Entrará en servicio, por fin, el deseado enlace del interior de Lugo con la costa. Habrá quien diga que no fue sin tiempo. Seguramente, la mayoría seríamos incapaces de precisar en qué año comenzó la ejecución de esa infraestructura. Lo de hacer memoria ya no se lleva. Ni siquiera aquello de consultar en las hemerotecas, algo tan próximo y a la vez tan lejano. Resulta más cómodo un movimiento de ratón, un clic y un vistazo a la pantalla.

Cuando Ana Pastor corte la cinta de los dos tramos pendientes en la zona de Mondoñedo, habrá quedado atrás casi una década de obras. Fin de la historia. El estudio informativo para el trazado gallego de la Transcantábrica fue autorizado por el Gobierno en 1996. La colocación de la primera piedra, en el municipio de Ribadeo, tuvo que esperar hasta marzo de 2004. El acto fue presidido por Francisco Álvarez Cascos, entonces titular de Fomento. Estábamos en vísperas de unas elecciones generales. Las máquinas aún tardaron casi un año en comenzar a trabajar. Cosas de la política. Ya se sabe.

Ha transcurrido tanto tiempo que da la impresión de que esas obras estuvieron siempre ahí. Allá por el año 2005, un grupito de amigos decidimos hacer una excursión para conocer la tienda que Ikea acababa de abrir en Oviedo. Tardamos casi cuatro horas en llegar a la capital del Principado. Algo más incluso en regresar con la maleta cargada de paquetes planos y objetos de nombre imposible. Transitamos por la sinuosa carretera nacional, circulamos por tramos de autovía provisionales, sorteamos kilómetros de obras en el trazado asturiano y nos armamos de paciencia en las retenciones que se formaban a la entrada de algunos pueblos. Fue una travesía dura. Durante el camino de vuelta, alguien mencionó que el viaje sería mucho más llevadero cuando entrasen en servicio todos los tramos de la autovía. Para volver de compras y eso. Un agorero le contestó que la multinacional sueca abriría una sucursal en Galicia mucho antes de que la Transcantábrica terminase. Acertó de pleno. Hace ya tres años que funciona el establecimiento de A Coruña.

Lo cierto es que no ha sido una obra nada fácil. A las dilaciones por decisiones políticas y restricciones presupuestarias, se sumaron problemas técnicos que hicieron eterna, y muy cara, la ejecución de algunos tramos. La inversión en las dos partes del trazado que aún no han entrado en servicio ronda los ocho millones de euros por kilómetro. Cuatro personas han llevado la cartera de Fomento durante la construcción de la autovía. Curiosamente, la primera piedra la colocó un ministro asturiano y, previsiblemente, será una gallega la que se encargue de poner en servicio los últimos hectómetros. En medio de uno y otro, ambos del PP, queda la gestión de los ocho años de Gobierno socialista, con Magdalena Álvarez, primero, y José Blanco, después, al mando de ese proyecto.

Se podría pensar, llegados a este punto, que bien está lo que bien acaba. Colorín, colorado. Sin embargo, no podemos darnos por satisfechos. Sin restarle importancia a lo que está a punto de suceder, ni méritos a los que han sido capaces de llevar a cabo semejante obra, no estamos para perder el tiempo en aplausos ni palmaditas. Lugo sigue siendo una ciudad mal comunicada.

Ourense y Santiago todavía quedan muy lejos. Hay que salir con tiempo para moverse hasta dos poblaciones que están relativamente próximas en el mapa. Las carreteras no son muy distintas del tortuoso trazado que nos acercaba a Asturias. Firmaríamos un final de cuento parecido para ambas autovías. De todas formas, si tardan tanto tiempo en acabar de contarlo, sucederá lo mismo. Muy pocos se acordarán ya del principio de la historia.

Lo que más duele es la cartera

El reverso de las multas de tráfico incluirá mensajes explicativos para concienciar al personal sobre los riesgos que asume al volante. Los infractores conocerán la cuantía de la dolorosa y las posibles consecuencias de su cafrada o descuido. Algo parecido a lo que se hace con las cajetillas de tabaco. Algunos pensamos que la mejor medida disuasoria para erradicar el hábito de fumar es el precio de los cigarrillos. Seguro que a los conductores también se les olvida antes el gráfico de la DGT que la pasta que purgaron por su imprudencia.

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