Opinión

No me chilles que no te veo

NO ME chilles que no te veo’ es el título de una comedia norteamericana de finales de los 80, protagonizada por Richard Pryor y Gene Wilder sobre las peripecias de dos amigos uno ciego y otro sordo. Más allá de las escenas cómicas de esta película creo que ese antagonismo entre un ciego y un sordo es una radiografía de nuestra sociedad donde todo el mundo habla, pero nadie escucha.

En estos tiempos de proliferación de medios de comunicación, todos se sienten con la capacidad de hablar, de decir, de manifestar sus puntos de vista, sus opiniones, sus ideas, sus ideologías, su visión de la vida, sus logros y hasta sus fracasos. Esos mismos medios, radio, televisión, prensa, pero sobre todo las redes sociales difunden millones y millones de mensajes por todos los rincones del planeta.

Las consecuencias del abuso de la información son múltiples y graves: estamos perdiendo la capacidad de escuchar, entender, comprender y analizar la realidad, en definitiva, de convivir a través de una comunicación efectiva. Ese afán de protagonismo social, lleva a convertir en público lo que debería estar reservado para ámbitos de privacidad o de intimidad, y a considerar que todas las opiniones valen lo mismo, estén mejor o peor fundamentadas. Asimismo, muchas personas en las conversaciones en grupo, erigiéndose en los especialistas que no son, tratan de imponer sus puntos de vista y su visión personal sobre casi cualquier tema, aunque los preferidos son economía, política y religión.

Parece evidente que hay demasiado ruido alrededor, y en una época en la que se ha multiplicado el número de escritores, lo que parece faltar son lectores. Todo el mundo habla, opina, impone su verdad en una sociedad de sordos, donde nadie escucha y las personas viven una profunda contradicción, pues, por un lado, se creen todo lo que dicen y por otro desconfían de la información. En los tiempos de gran avance tecnológico en el campo de la comunicación, vivimos la peor incomunicación entre los seres humanos.

Superar esta situación pasa por aprender y enseñar a escuchar, abrir nuestra mente y corazón no sólo a las palabras de quien nos habla sino a los sentimientos y emociones que están detrás de las palabras. Hay que saber discernir la información de los medios de comunicación y de las redes sociales para no caer en errores y falsas esperanzas y evitar convertirse en víctimas de la delincuencia informativa y del chantaje comunicativo.

Es necesario comprender la importancia de escuchar con inteligencia y tolerancia, sin imposiciones, pero con la valentía necesaria para defender nuestros principios éticos a través del razonamiento, buscando siempre la verdad y el bien de todos, porque no debemos olvidar que escuchar nos hace más humanos.

Un refrán popular dice "Saber hablar es un don de muchos. Saber callar es virtud de pocos. Saber escuchar es generosidad de muy pocos". Si es urgente saber callar, más urgente es saber escuchar, lo que resulta francamente difícil en esta sociedad, de prisas, de vida acelerada, de falta de tiempo y de recelo de todo. Alguien escribía: «No nos desesperemos buscando qué decir; simplemente, escuchemos. Los que hablan necesitan, primordialmente, un oyente. Una persona que sabe escuchar es bien recibida y como son tan escasos los que saben escuchar, son altamente apreciados».

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