Opinión

Cartas

EL INSTITUTO Cervantes ha inaugurado en Madrid una maravillosa exposición con textos manuscritos de Antonio y Manuel Machado. Hay algunos originales de obras diversas —poemas, teatro…— pero, sobre todo, hay cartas. Cartas entre los dos hermanos que revelan el profundo afecto que se tenían. Una carta de Leonor, el gran amor de Antonio. Una carta tristísima en la que Manuel Machado comunica a sus hijas la muerte en Collioure del "tío Antonio". La muestra me ha hecho reflexionar sobre el perdido ejercicio de la correspondencia: ya no se escriben cartas.

En la breve época que pasé en Inglaterra, usé el correo como nunca, no ya para mantener el contacto con familia y amigos, sino incluso para comunicarme con personas que como yo vivían en Oxford. El correo llegaba dos veces al día, y las invitaciones a cenar, a comer o a asistir a una conferencia no se daban por teléfono ni de viva voz, sino mediante misivas, gracias a la consabida eficacia de los servicios postales ingleses. Ahora nadie recurre a las cartas para contar nada.

El email, los grupos de Whatsapp, los mensajes de Telegram, han sustituido a la poesía del papel manuscrito y el sobre con sello. Antes, en época navideña, yo pasaba horas escribiendo felicitaciones, y también las recibía. Era otro motivos de ilusión para estas fiestas. Ahora llegan recados impersonales con buenos augurios remitidos por personas que ni me conocen, videos enviados a granel, audios colectivos de dudosa factura. Y añoro aquel tiempo en el que elegía las felicitaciones de navidad, las escribía una por una, las franqueaba y las llevaba al buzón con tiempo para que llegasen a su destino antes del 24 de diciembre.

Me pregunto cuándo renuncié a escribir felicitaciones navideñas, y supongo que fue cuando dejé de recibirlas. Y como es mi último artículo previo a la Nochebuena, y no puedo escribirles uno por uno, les pido que lo consideren una forma de enviar a mis lectores los mejores deseos para esta Navidad.

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