Blog | Permanezcan borrachos

Brazo de gitano

TODOS LOS AÑOS, a finales de agosto, por el día de San Ramón, una vecina se presentaba en casa de mis padres con un brazo de gitano. Al principio lo llevaba ella en persona, la invitábamos a entrar, y podía estar hablando dos horas seguidas, sin que nadie se atreviese a interrumpirla. No valía de nada. Era como si Pepa acarrease las frases construidas y planchadas en el bolsillo, atadas unas a otras, igual que esos pañuelos que un mago saca sin fin de una chistera, hasta aburrirte y odiar la magia. Simplemente, las oraciones estaban engalanadas, a la espera, y tenían que salir de una manera u otra. Me agradaba imaginar que si algún día no le permitíamos hablar, o nos metíamos debajo de las camas y no abríamos la puerta, haciéndonos pasar por una de esas familias unidas que en agosto siempre se van de vacaciones a Benidorm o Torremolinos, las frases le explotarían por dentro.

Ahora que Pepa ya es mayor y empieza a estar enferma a menudo, ya no puede presentarse en casa con el brazo de gitano y sus frases encadenadas. Eso no evita, sin embargo, que el brazo de gitano le siga llegando a mi padre, que se llama Ramón, por el día de su santo. Desde hace algunos años, nuestra vecina contrata el servicio de un taxista -siempre el mismo-, que va a buscar el postre a la pastelería, en una localidad a diez kilómetros del pueblo, y lo entrega en nuestra casa, a eso del mediodía. El taxista es tan puntual como ella. "De parte de Pepa", dice, y nos deja el brazo de gitano y se va.

En la familia somos unos firmes detractores de este postre. Nos parece que nos traerá la ruina y que odiándolo estamos a salvo

En la familia somos unos firmes detractores del brazo de gitano y de otros postres, pero primero del brazo de gitano. Representa una de esas cosas estúpidas que tenemos a gala. Es una superstición agradable. No sé qué es, en realidad. Nos parece, y esto no tiene mucho sentido, pero es así, que ese brazo de gitano nos traerá la ruina antes o después, y que mientras lo odiemos estaremos relativamente a salvo. Nunca sabemos qué hacer con él. Es un postre aborrecible se mire como se mire, empezando por su semántica. Odiamos el merengue y la crema pastelera y también el bizcocho. Nada hay en él que podamos reivindicar. Representa un misterio que Pepa encuentre que es un modo perfecto de agasajar a mi padre por el día de su santo, año tras año. Nadie recuerda cuándo fue la primera vez que lo hizo. Siempre pasó. Aún así, no acabamos de acostumbrarnos, y cada 31 de agosto, primero cuando llamaba ella a la puerta, y ahora cuando lo hace el taxista, nos ponemos nerviosísimos y al oír el timbre corremos por la casa igual que pollos sin cabeza, gritando "¡Ya está aquí el brazo de gitano! ¡Ya está aquí! ¡Socorro!".

Pese a ser el santo de mi padre, el brazo de gitano lleva siempre una leyenda, escrita con el merengue, que dice "Feliz cumpleaños". Acaso se trate del mayor misterio de todos. Constituye un sinsentido al que damos vueltas desde hace mucho tiempo, sin resultados.

Todas estas cosas, contra lo que pueda parecer, convierten del 31 de agosto uno de los días más felices de la familia. Yo lo prefiero a Navidad, cuando bajo al salón y me encuentro el pino rodeado de regalos. Desde una semana antes de San Ramón aguardamos la fecha con entusiasmo. En la víspera, aparecen los nervios. Jugamos a imaginar qué pasaría si este año, para variar, nos enviase una buena tarta de chocolate o un tiramisú. Para introducir algo de tensión, pregunté en alto: "¿Y si esta vez Pepa se olvida y no hay brazo de gitano?". Recibí miradas de repudio. Por un segundo reinó el desconcierto, igual que si por dentro nos preguntásemos qué iba a ser de nuestras vidas sin el brazo de gitano. Nada de eso ocurrió. Vimos llegar al taxista por la ventana, esperamos a que tocase el timbre y nos agolpamos ante la puerta para recibir el regalo de Pepa. Lo llevamos a la mesa de la cocina, lo abrimos, y con alivió constatamos que habían vuelto a poner "Feliz cumpleaños". Ni que decir tiene que lo comimos entero, como si nos gustase.

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