Al instituto

Batitales: 175 años de un hallazgo que anticipó la arqueología lucense

En 1842, al abrir una zanja del alcantarillado en Doutor Castro apareció el mosaico de Batitales, una joya del patrimonio arqueológico lucense
Trabajos de acondicionamiento del mosaico de Doutor Castro en 2004 para instalar la ventana arqueológica
photo_camera Trabajos de acondicionamiento del mosaico de Doutor Castro en 2004 para instalar la ventana arqueológica

JUSTO ESTE 3 de septiembre de 2017, es el CLXXV aniversario de un suceso realmente memorable para Lugo. En realidad acontece que aquel lejano 1842 fue un año en el que se juntaron diversos acontecimientos dignos de encomio, todos ellos vinculados a la llegada del general Espartero a la Regencia de España (1840), y con él del progresismo, de nuevo, a las altas magistraturas del Estado. De entre esos acontecimientos citaré en orden cronológico inverso tres que tuvieron lugar en el último cuatrimestre del año, para quedarme al final con el primero de ellos, que es el que hoy está de cumpleaños.

El día 30 de noviembre de 1842 se recibía en el pueblo la orden de creación del Instituto de 2ª enseñanza, colmando así las ansias de la burguesía local de un centro de instrucción, cuya finalidad sería formar precisamente a los vástagos de las clases acomodadas. Un mes antes, el 30 de octubre, en el que fuera convento de los dominicos tenía lugar la apertura de la Escuela Normal, con un acto de gran relumbrón social.

Por fin, en tercer y último lugar, el 3 de septiembre de 1842 estaba abriéndose una zanja para el canal de aguas inmundas de la calle Batitales (Dr. Castro desde el 7 de octubre de 1881, o de las Dulcerías), cuando a algo más de un metro de profundidad los obreros se dieron de bruces con un mosaico romano: el mosaico de Batitales. ¡Nunca tal cousa se vira!


Un coronel turco de visita en Lugo solicitó tener un trozo del mosaico y el director del Instituto cogió y se lo dio


De todos es sabido que el descubridor de América fue Cristóbal Colón en 1492, aunque siempre puede haber alguien que nos apostille con que, allá por el siglo X, Erik el Rojo, un vikingo de renombre, había llegado ya a las costas de Groenlandia. Así fue, pero de poco sirvió, pues de poco vale un hallazgo si no tiene trascendencia: el normando llegó al continente americano, aunque de ello nada se siguió hasta que quinientos años después Colón, financiado por Isabel de Castilla, no sólo puso un huevo de pie, sino que además holló con sus plantas en el Nuevo Continente, dando lugar a que se abriese al Mundo para explotarlo y, por qué no, admirarlo y tratar de hacerlo a nuestra imagen y semejanza.

Algo análogo sucedió con el mosaico de Batitales, pues si el descubrimiento cumple hoy los 175 años, cierto es que su hallazgo ya se había producido mucho tiempo atrás. El periódico matritense Diario Curioso, Erudito, Económico y Comercial del viernes 24 de noviembre de 1786, publicaba una carta del ilustrado coruñés José Cornide dando noticia de que en Lugo habían aparecido dos mosaicos romanos: uno, en aquel mismo año, en Santo Domingo; el otro "[a]pareció habrá unos 18 años, y se creyó entonces de un templo, porque no solo se
halló en él un ara, sino sobre ella la cabeza de un buey, se conservan varios trozos [del mosaico] entre los particulares de aquella Ciudad". Es decir, hablamos de que habría aparecido en 1768. Y sigue Cornide diciendo que: "Era este un pavimento que, con motivo de abrir unos cimientos en la calle de Batitales, se halló como a dos varas [1,60 m] de profundidad, y con el ancho de mas de ocho [6,50 m], sin que se llegase á terminar su largo por continuar debaxo de algunas casas; se reconocieron igualmente las paredes laterales, que tenían un friso como de media vara de alto de color rojo".


En 1786 ya apareció en la prensa madrileña noticia del descubrimiento de mosaicos, pero el hallazgo pasó desapercibido


Así pues, hoy conmemoramos el CLXXV aniversario del descubrimiento trascendente del mosaico, sabedores de que el "hallazgo intrascendente" fue hace 249 años. Pero a pesar de lo dicho, y habida cuenta de la doctrina Colón-Erik el Rojo, queda claro que son 175 los veranos que han pasado desde aquel 3 de septiembre de 1842 en que la pieza arqueológica comenzó a ser conocida urbi et orbe.

No entraré en descripciones y disquisiciones sobre su aspecto y significado —hay sobre ello bibliografía suficiente—, pasando a renglón seguido a contar unas anécdotas que entretengan, al tiempo que sirven para conmemorar y, por qué no, celebrar la efeméride. Quiero, eso sí, llamar la atención sobre lo desapercibido que pasa el cumpleaños en esta ciudad tan pendiente de romanos tocando el tambor y toda suerte de horteradas de nuestra fiesta de recreación histórica (en realidad, de disfraces, de disfraces chabacanos y, por supuesto, en el marco de una juerga espléndida).

REACCIONES. Aparecido el mosaico se movilizó de inmediato la recién renacida —y siempre moribunda— Sociedad Económica de Amigos del País (SEAP), interesada en el suceso porque en ella estaban los lucenses de antaño más preocupados por la cultura; pero también ese interés pudo venir de que el azar determinó que el hallazgo tuviera lugar ante el número 22 de la calle de Batitales, donde tenía su despacho de farmacia el muy culto boticario Manuel Anselmo Rodríguez Neira, destacado miembro de la Sociedad.

Las obras se paralizaron y dispuso la SEAP, de acuerdo con el Ayuntamiento, que se realizasen los trabajos pertinentes para dar cuenta del descubrimiento y para llevar a cabo el estudio de este primer monumento arqueológico aparecido y apreciado como tal en la ciudad. Desde aquel momento y hasta su extinción, la actividad de la Sociedad Económica va a centrarse prácticamente solo en el mosaico, lo que dio como resultado la edición de un interesante informe, de cuya impresión se encargó la imprenta de Manuel Pujol y Hermano.

En aquellos días de septiembre de 1842 por los que transitamos ahora, un par de caballeros estaban realizando su Grand Tour por Galicia; la crónica del viaje se publicaría en noviembre, en Madrid, por Miguel de Burgos, bajo el título de Viaje á Galicia verificado recientemente por dos amigos. Es una lástima que la obra no lleve más datos, lo que nos impide conocer la identidad de los viajeros; pero lo que importa es que en torno al día de autos esos turistas estaban en Lugo, vieron las obras de la calle de Batitales y tuvieron el honor y el placer de contemplar el mosaico recién despertado de su multisecular sueño.

En su libro dedican a Lugo un amplio comentario y otro tanto hacen particularmente del hallazgo arqueológico; reproducirlos aquí sería acaso interesante, pero prolijo en demasía, conque me circunscribiré sólo a lo siguiente: "En la calle de Batitales de la ciudad de Lugo, á una profundidad media de cuatro pies y medio del piso de la misma, se descubrió casualmente en los primeros días del mes de septiembre último un magnífico vestigio romano, apareciendo un pavimento de mosaico en una extensión de más de treinta y dos pies del rey de largo, prometiendo las partes que se han podido reconocer ocpar en igual tramo todo el ancho de la calle, que desgraciadamente solo presenta una abertura media de diez y medio pies. Las bases de las columnas levantadas sobre el mosaico, lo esquisito de este, y los escasísimos vestigios de la planta del edificio á que perteneció, hacen pensar pudo aquel ser uno de los templos que habia en esta ciudad, de que la historia nos ha transmitido noticia".

PALEOVENTANAS. Es fácil suponer que aparecer el mosaico y comenzar su deterioro fue todo uno, a pesar del cuidado que se puso en las operaciones y de las medidas cautelares que se tomaron. Acaso por no saber los obreros lo que tenían a tiro de sus picos, una parte notable de la obra romana apenas pudo ser vista antes de pasar a mejor vida; es fácil intuir que, como intentaron extraer la pieza sin técnicas ni conocimientos adecuados, algo más de la obra romana debió sucumbir; y un fragmento —quizá pequeño— fue arrancado y enviado con informes y toda suerte de papelería ad hoc a la Academia de San Fernando. Y resolvieron preservarlo bajo tierra, dejando una losa móvil para, cuando un estudioso quisiera contemplarlo, mover la piedra y dejar a la vista el antiguo pavimento. Esta es la primera ventana arqueológica de la ciudad, aunque entonces, sin duda alguna, no la llamaban así (se me ocurre que podría ser algo como O chanto de Batitales).

Por su parte, el boticario Manuel Anselmo Rodríguez abrió en su apoteca un agujero a través del que llegó a otra parte del mosaico, y lo cubrió con una tapa de madera, de modo que allí estuvo la segunda ventana arqueológica lucense, a la que ahora emulan las del portal que se han abierto hace no mucho tiempo.

Dibujado y estudiado el mosaico, quedó bajo la losa lo visible (d'aquela maneira) y sobre el resto corrieron por toneladas y kilolitros los detritus de los lucenses, cosa que para nosotros no debe sonar a nueva, en tanto la Muralla o los muros de la Catedral o las recién saneadas paredes del convento de las Agustinas, etc., siguen siendo lugares apreciados por la población de perros y cristianos para aliviarse de menores y mayores cuando la Naturaleza obra sus prodigios en el bajo vientre.

Pero el hecho es que en la calle de Batitales, cada vez que levantaban el chanto, el deterioro de la vieja alfombra de teselas se hacía más evidente, a pesar de que lo que quedaba a la vista era la periferia del canal de aguas inmundas. Así se hizo constar en reiteradas ocasiones, de entre las que aquí subrayo la de 1858: la reina Isabel II, en su visita a Lugo del mes de septiembre, traía consigo —además de a la Corte de los Milagros—a un cronista para que diera testimonio inmarcesible de su viaje; fue el encargado de tan importante encomienda Juan de Dios de la Rada y Delgado, quien al publicarla (1860) dedica un amplísimo apéndice al mosaico, reproducido además en un magnífico dibujo.

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