Astilleros de todo o nada

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EL RESULTADO del primer asalto es de sobra conocido. Barreras, 1; Navantia, 0. La crisis del sector naval va por barrios. Y también por escalas, es decir, dimensiones, y voluntades. Un denominador común tienen las cíclicas crisis del naval: muchísimo ruido, en gran medida justificado, y también un destacado papel atribuido al sector público, tanto si miramos a los gestores, supuestamente técnicos, como a la clase política. Y sin salir de la esfera de nuestros administradores, llama la atención que la intervención de la Xunta, en este caso con una mediación de agradecer para el rescate de Barreras, una empresa privada, se realice a muchas millas de Galicia, mientras que a esa misma administración le cueste sentarse, como lo hizo en México, con los responsables de Navantia, a la sazón una empresa pública, cuyos despachos están en Madrid.

Hace bien la Xunta en reclamar dimisiones, en criticar todo lo criticable, como lo ha hecho abiertamente el propio presidente Núñez Feijóo y también miles de trabajadores de la compañía, pero también es de suponer que cuando se da ese paso, el de pedir cabezas, tan rotundo, es que no queda ya nada por negociar. Y eso es malo, muy malo cuando hablamos de Navantia, una empresa que, por tamaño, número de empleados, volumen de negocio, cuando lo tiene, y efecto inducido en la economía de toda Ferrolterra, nada tiene que ver con Barreras, que a fin de cuentas acaba de salir de una suspensión de pagos y afronta con renovados gestores un nuevo rumbo en su larga vida, de la mano de capital extranjero, en este caso mexicano.

Resulta difícil, muy difícil comparar situaciones en Vigo y Ferrol. Hablamos de una empresa privada y otra pública, que afrontan sus crisis desde posiciones muy distintas y que tienen, por decirlo así, propietarios de nacionalidades diferentes, aunque ambos pertenezcan a la esfera pública. Porque con la compra del 51% de Barreras, no hay que olvidarlo, la paraestatal Pemex se hace con el control accionarial de la empresa presidida por García Costas. Es decir, entra mandando. Y lo hace por poco más de cinco millones de euros. Seamos francos, esa inversión es equivalente a la que requiere montar un potente concesionario de coches o una superficie comercial de tipo medio. Es decir, para la petrolera mexicana la operación es redonda, tras un chantaje cierto que se vino a confirmar apenas veinticuatro horas después de que se desbloquearon los problemas de Repsol con Argentina. Nueva vida a Barreras, por tanto, y que sea con inminente carga de trabajo, como todo parece indicar, pero con la mente de los mexicanos puesta en la transferencia de tecnología para sus nuevos proyectos en el estado de Campeche, a orillas del Caribe y cerca de sus pozos petrolíferos.

Si nos vamos a Ferrol, todo es diferente. El alegato de que no se puede pedir futuro para una empresa cuando no tiene ni siquiera presente es de los que remueven conciencias. Y, por eso, más que dimisiones, y mucho más allá de la tan entusiasta como estéril protesta de unos cuantos alcaldes populares en Madrid, es el momento de sentarse con quien haga falta, como se hizo en su día con muy conocidos próceres mexicanos por Barreras. Veamos. Si no es con José Manuel Revuelta, el presidente de Navantia, será con su jefe, Ramón Aguirre, el titular de la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI). Y, si no, pues con el ministro del ramo, en este caso Hacienda, con el locuaz Cristóbal Montoro.

Se trata de buscar presentes, certezas, en la antesala de la presentación de un plan estratégico que no pinta nada bien. A la espera de 2015, cuando se levantará el veto europeo a la construcción civil en los astilleros ferrolanos, de poco sirve desempolvar proyectos como la apertura de los terrenos ociosos en la ría al capital privado, un plan que ya tumbó la SEPI cuando se lo presentó el bipartito, o ganar tiempo pidiendo las cuentas de los astilleros desagregadas, porque el BNG ya se las ha remitido a la Xunta vía parlamentaria. Cuando tiene carga de trabajo, Ferrol es una isla de beneficios de explotación en el mar de pérdidas de Navantia. Entre 2008 y 2012, Ferrol-Fene ganó 64,5 millones frente a Cartagena y Cádiz, que sumaron 390 millones de pérdidas. Si nos remontamos a 2005, es decir, últimos siete años, los astilleros gallegos perdieron algo más de 47 millones, frente a los números rojos de casi 490 de Cartagena y Cádiz.

Son los números. Detrás de ellos, un encierro de los trabajadores en los astilleros, para exigir presente. Harían bien nuestros administradores en encerrarse en un despacho con los responsables de la SEPI para resolver de una vez esta cíclica agonía.

Un PIB  que sube, pero que también baja

NINGUNA campana debería tocar a rebato al analizar el Producto Interior Bruto atendiendo solo a tasas intertrimestrales y dejando a un lado la evolución interanual, que es lo mismo que compararlo con igual período del año anterior. Sucede que tenemos muchas ganas de que pasen positivas. Y sucede también con el PIB gallego y su dato del último trimestre, de julio a septiembre. La economía gallega avanzó un 0,1% en dichos meses, saliendo técnicamente de la recesión. Y lo hizo frente al período comprendido entre abril y junio. Un dato aplaudido por la Xunta.

Pero si nos vamos a analizar la tasa interanual, comprobamos cómo el PIB entre julio y septiembre de este año retrocede un 0,9% frente a los mismos meses de 2012. Los datos están para ser interpretados, pero en su integridad. El consuelo para la Xunta, en este caso, es que la evolución interanual de Galicia es menos mala que la de España. Caemos un 0,9% frente a un 1,1% de la media nacional. Y también se aplaude el comportamiento de las exportaciones, que crecieron un 3,4% en el último trimestre, frente a unas importaciones que avanzaron un 2,2%, síntoma de que nuestras empresas comienzan a consumir. Pero cuando hablamos de exportaciones, debemos tener claro que solo dos sectores representan el 48% de nuestras ventas al exterior. ¿Cuáles son? La automoción y el textil. ¿Y de quién hablamos cuando lo hacemos de estos dos sectores? Pues de dos gigantes empresariales, básicamente, que no son otros que Citroën e Inditex, una prueba más que evidente de que la exportación gallega no es dependiente de sectores, sino de grandes empresas.

JOAQUÍN ALMUNIA ♦ El comisario europeo intervendrá en la venta de NCG

LO dice Antonio Carrascosa, el gris director general del FROB, encargado de vender Novagalicia. Las propuestas de adquisición que impliquen la solicitud de ayudas tendrán que pasar la preceptiva consulta a Bruselas. Y lo dice con la boca pequeña, dando por hecho de que la puja no va a ser todo lo edificante desde el punto de vista dinerario que le gustaría al Estado. Y será la Dirección General de la Competencia, bajo la batuta de Joaquín Almunia, la que intervendrá para dirimir esas solicitudes, que procederán, en gran medida, de la banca nacional. ¿Deja Carrascosa la puerta abierta a esas ayudas públicas, por otro lado difíciles de entender, o precisamente utiliza el filtro de Bruselas para decir no de otra manera? El tema se las trae. Y, desde luego, la intervención de Competencia, por otra parte bienvenida, lo que sí propiciará será que el proceso se alargue un poquito más. ¿Hablamos de enero? Más de uno lo da ya por seguro.

JOSÉ MARÍA CASTELLANO ♦ Habla poco pero en sus manos está la  batalla por el banco

DESDE su clarificadora comparecencia en la comisión de investigación sobre las cajas, en verano, nada se ha prodigado el presidente de NCG en público. Un silencio propio de un gestor, que sabe que en los despachos, y no precisamente de Galicia, se libra ahora la batalla por la compra de la entidad que preside. José María Castellano ha optado, primero, por delegar apariciones públicas, también escasas, en César González-Bueno, el consejero delegado. Pero ya desde la venta de EVO, cuya paternidad se atribuye al propio González-Bueno, el primer ejecutivo tampoco aparece. Es Juan Díaz Arnau, el director general de NCG, quien más se prodiga ahora. Y, como es de esperar, tampoco revela ningún secreto de alcoba. Solo se le ha escapado que NCG cada día vale más, dando la razón, en cierta medida, a quienes se preguntan por qué tanta prisa en la subasta.

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