Opinión

Adiós al maestro

CON el fallecimiento de Rafael Vilaseca, a tres años de culminar el siglo de vida, desaparece no solo un reconocido periodista, por su estilo muy propio, talante abierto y sólida formación, sino una persona cuyo proceder estuvo siempre marcado por la humildad, la elegancia y la discreción; por la cordialidad que desprendía, su don de gentes y la bondad que dispensó siempre en sus relaciones humanas, cuyo afecto apreciamos de manera muy particular quienes trabajamos a su lado, como jefe y compañero. No son elogios baldíos, es el reconocimiento a una vida y a una trayectoria que no condiciona la subjetividad que uno pudiera tener al subrayar la despedida. En mí caso, Rafael significó el apoyo amable y paternal, apuntalando el camino que facilitó enrolarme en el oficio en momentos arduos. Con generosidad, coadyuvó a vencer vacilaciones e incertidumbres, dándome la confianza precisa, la que tanto necesita todo el que pretende esbozar su futuro. A él le debo todo lo que necesitaba en un momento tan determinante. Ni un mal gesto, ni una mala palabra, solo complacencias y sabias recomendaciones que no olvidaré. Es un afecto, un sentimiento muy arraigado, muy encima de cualquier otra apreciación. Descanse en paz.

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