Opinión

Acelerones al choque

LA PRIMACÍA de la vía de la intolerancia como objetivo de división y enfrentamiento en Cataluña se refleja gráficamente en los problemas con los lazos amarillos. Es la instrumentalización de un choque de nacionalismos en este conflicto, que acentúa lo que separa y, al tiempo, busca rentabilidad electoralmente del choque y sus manifestaciones extremas en otras partes de España. La vía del diálogo, cuando no el silencio, que aportaba Pedro Sánchez para el conflicto abierto en Cataluña lo activó el Gobierno con la carencia de consensos previos e imprescindibles entre los llamados partidos constitucionalistas. No se buscaron. El contexto de la moción de censura los hacía probablemente imposibles con la derecha. Del otro lado, las evidentes carencias para el ejercicio de la gestión de gobierno y la práctica de real política por los liderazgos de Puigdemont y Quim Torra en el secesionismo y el nacionalismo catalán se tapan con la acentuación del choque: no hay más tarea de gobierno en el nacionalismos que alimentar el conflicto. Esa llamada veraniega al «ataque al Estado» por parte del presidente de la Generalitat es toda una expresión del fracaso —¿de la inutilidad?— de la disposición a hablar por parte del Gobierno de Sánchez. También el conflicto catalán, dentro de los intereses electorales del centro derecha español, se ha convertido en el primer eje de choque o búsqueda de diferenciación en la competición abierta entre Partido Popular y Ciudadanos para mantener o hacerse con el lidereazgo del centro derecha español. Si la línea que marcó en Cataluña el surgimiento de Cs fue la de oposición frontal al catalanismo, y no solo al nacionalismo, la deriva que sigue la competención entre PP y Cs para captar audiencia y voluntades en la derecha se busca en acentuar las apuestas uniformistas y centralistas, que expresan tanto Rivera y sus portavoces como Casado y los suyos.
 

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