Blog | Que parezca un accidente

28 de julio de 2019

HAY UN ANUNCIO en la tele —no recuerdo ahora mismo qué marca es ni qué producto vende— cuya idea central se apoya en la capacidad de nuestra memoria para conservar los recuerdos agradables y desechar aquellos que nos hacen sentir desdichados o que carecen de trascendencia. La voz en off del anuncio describe algunos ejemplos que se van acompañando con imágenes, subrayando cómo a la vuelta de las vacaciones nos olvidamos rápidamente de la cara del taxista que nos trasladó hasta el hotel o del número de la habitación en la que nos hospedábamos, pero guardamos para siempre el recuerdo de los atardeceres desde aquella preciosa playa.

CapturaY tal vez sea así, de un modo tan sencillo y eficiente, como funcione en definitiva la memoria. Del pasado 28 de julio, por ejemplo, yo no recuerdo los nervios, ni las prisas, ni las larguísimas esperas ni los silencios angustiosos al otro lado de una puerta. No recuerdo los malos ratos ni la agitación. Tampoco recuerdo el miedo. Sé que todo eso existió, que estuvo ahí y que todavía permanece en alguna parte, pero de alguna manera ha desaparecido de mi memoria como por arte de magia.

Del 28 de julio de 2019 me acuerdo de su cielo nítido y oscuro, infinitamente picoteado de luz, a las tres de la mañana. Me acuerdo del sueño anterior, frágil y ligero, que apenas llegó a posarse en ningún momento. Me acuerdo de la brisa que me recibió aquella madrugada, del aire fresco pero al mismo tiempo cálido que entraba por la ventana de la cocina, todavía a oscuras, desde el jardín. Me acuerdo del rumor de la cafetera, ese murmullo desubicado, fuera de hora y de sitio, que parecía ocuparlo todo en el medio de la noche. Me acuerdo de las miradas de complicidad en silencio. De sus ojos llenos de inquietud y felicidad. Me acuerdo del sabor del café. Nunca olvidaré cómo me supo aquel día el café.

Me acuerdo de nuestro coche y de la carretera y de las farolas que flanqueaban el camino y cumplían su cometido quedándose atrás, observando cómo nos alejábamos. Me acuerdo de los otros coches, en los que no había nadie. Apenas eran unas cuantas luces que nos acompañaban en la oscuridad. Que aparecían y se desvanecían. Nadie los conducía. Sólo estábamos nosotros en el mundo aquella noche. Me acuerdo de las calles inmensas, únicamente habitadas por los semáforos, y de cómo el tiempo se detenía con nosotros en cada cruce y de nuevo volvía a avanzar. Era como estar en el centro de una extraña coreografía. Todo lo que se movía, lo hacía a nuestro alrededor.

Me acuerdo de la luz y de la calma nerviosa. Me acuerdo de las sonrisas y de la ternura y de las palabras amables, que se recibían como caricias. Eran los mensajes de ánimo que delimitaban la frontera. Que te hacían saber que estabas a tan solo unos cuantos pasos de cruzar. El espacio en blanco, vacío y sereno, que da forma al punto y aparte. Lo que uno escucha en el momento definitivo, justo antes de respirar hondo y saltar. Era la voz cariñosa que te decía que te esperaba al otro lado. Una forma delicada de sujetarte con fuerza la mano.

Me acuerdo de la belleza. De la belleza del instante, de cada uno de los instantes, todos ellos únicos. Me acuerdo del amanecer y de caminar a contracorriente hacia la calle. Me acuerdo del sol y de la sensación tan plácida y acogedora que me envolvió al permanecer de pie en la acera, sin hacer nada salvo fumar un cigarro, en medio de un montón de gente mientras el mundo volvía a moverse otra vez a su manera. Me acuerdo de las horas tranquilas. Y de ese olor especial. Y de ese tacto especial. Me acuerdo de los amigos y de los familiares y de los abrazos. Me acuerdo de la primera noche en aquella butaca. Y de ese calor pequeñito y a la vez enorme en el regazo. Me acuerdo de no querer cerrar los ojos ni dormir.

Es cierto que nuestra memoria desecha lo negativo y lo intrascendente para conservar aquello que merece la pena recordar. Del 28 de julio de 2019 he olvidado el vértigo y el temor. He olvidado la incertidumbre, la prevención y la preocupación inevitable. He olvidado los malos momentos, que los hubo, y sólo me acuerdo de lo bonito, de lo agradable, de lo positivo. Me acuerdo de la ilusión. Me acuerdo de la alegría. Me acuerdo de los besos. Me acuerdo de las lágrimas de felicidad. Me acuerdo de ella. Me acuerdo de ellas. Me acuerdo de que fue el día que nació mi segunda hija, Candela. Y de repente todas las cosas de mi mundo que parecían no encajar en ningún sitio encajaron para siempre.