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BNG blando y BNG duro

El nacionalismo de cara alegre quiere apuntalar su futuro autonómico en urbes como Lugo
Ediles del BNG lucense festejan los resultados de las pasadas municipales. VICTORIA RODRÍGUEZ
photo_camera Ediles del BNG lucense festejan los resultados de las pasadas municipales. VICTORIA RODRÍGUEZ

HACE YA UNOS AÑOS, cuando daba mis primeros pasos en el género de la opinión a través de estas páginas, una de las voces autorizadas del nacionalismo gallego replicaba con amargura un comentario mío en el que me atrevía a ubicarla en el «ala dura» del BNG y, tirando de retranca, se preguntaba qué unidad de medida usaba yo para determinar qué era duro y blando en política. Seguramente mi error entonces fue el calificativo elegido, pues quizá debería haber encasillado a la persona aludida en el sector adusto y egocéntrico de aquel BNG.

Desde aquel lastimoso comentario, la formación nacionalista pasó por varias vicisitudes, como verse aupado a segunda fuerza, cogobernar la Xunta y perderla por exceso de confianza, fracturarse por cuestiones personales y disparidad en la hoja de ruta, reconstruirse sobre la base de la unidad y reinventarse con una nueva generación que mudó el gesto desafiante por una cara alegre que busca ilusionar a los suyos y atraer a desengañados.

La sarriana Ana Pontón, líder de ese proyecto de largo recorrido, encarna precisamente la imagen antagonista de aquel BNG herido por el apelativo de duro, y, sin perder un ápice reivindicativo, no trata de sentar cátedra frente a un electorado que considera lego y adocenado por el rival sino que presenta un programa de gobierno donde el interés por los problemas cotidianos prima sobre la urgencia de cambiar el modelo de estado, aunque también se desee.

El practicismo de la nueva camada nacionalista tiene seguramente más futuro que la batalla ideológica de los popes fundadores y su estrategia pasa por dejar huella en los gobiernos de ciudades donde está presente, como es el caso de Lugo, donde la mayoría de izquierdas mantiene fuera del poder a la derecha desde hace más de dos décadas.

Los dos concejales que en 2015 habían aceptado el difícil reto de darse a valer en una variopinta corporación, vieron recompensado el trabajo en 2019 con tres compañeros más en el equipo y un pacto de gobierno que les reportó áreas agradecidas para captar el voto indeciso.

Y aunque la pandemia ha cambiado los planes y objetivos de todos los gobiernos, el BNG parece tener claro que no solo basta con impregnar la gestión de gestos hacia la galería propia, sino que hay que adaptarse a las situaciones y marcarse la consecución de los puntos programáticos a largo plazo. Así, por ejemplo, la peatonalización de la Ronda, tomada como base del proyecto de ciudad que se presentó, avanza con los tiempos previstos y el cierre de uno de los carriles de circulación no acabó siendo definitivo tras verse que la ciudad y, sobre todo, la castigada actividad del casco histórico, no está aún preparada para ese cambio.

Pero objetivos al margen, en un tiempo en el que de los políticos se espera más que reproches, el gesto alegre y animoso de este BNG no sé si le dará más redito electoral, pero al menos se agradece en los tiempos de bronca política que corren.

Da tú a tú

A diferencia de los anteriores bipartitos, los nacionalistas caminan en este mandato sin estar condicionados por la alargada sombra de un alcalde que capitalizaba cualquier logro en la gestión y, aunque la alcaldesa actual se afana en asegurar que el equipo municipal es uno, lo cierto es que el trabajo por áreas ayuda a los ediles del BNG a marcar su terreno y tratar de tú a tú a los socialistas, pese a que lideran el gobierno.

No era todo tan fácil

El ahora teniente de alcalde, Rubén Arroxo, se afanó durante sus años en la oposición en tratar de demostrar que era fácil conseguir un permiso para una zona de baño fluvial o que se podían reordenar en unos días las líneas de bus urbano. Un año en el gobierno local le ha servido para asumir la dificultad que entraña sacar adelante proyectos cuando otras administraciones están implicadas o bregar con empresas concesionarias.

La apuesta de Ferreiro

La concejala de cultura, Maite Ferreiro, hizo una apuesta arriesgada en los tiempos que corren: organizar un programa de actos para San Froilán que paliase en parte la crisis de la industria cultural gallega sin provocar aglomeraciones que difundiesen el coronavirus. Una semana después se ha visto que los actos no influyeron en la proliferación del covid y además la programación musical gustó a muchos asistentes.

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