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Induráin sin calculadora

Hace hoy 23 años, Miguel Induráin se colgaba la medalla de plata en el Mundial tras dejar que se escapasen Olano y su última oportunidad de lucir el maillot arcoiris. A Valverde no le quedará esa espina. En Innsbruck se subió al tren a última hora, pero a tiempo

Alejandro Valverde feliz en el pódium del Campeonato del Mundo. CHRISTIAN BRUNA
photo_camera Alejandro Valverde. CHRISTIAN BRUNA

EN INNSBRUCK, Alejandro Valverde ganó una carrera que llevaba disputando desde que se subió a una bicicleta por primera vez. Por sus características, es un ciclista ideal para las pruebas de un día: gran rodador, explosivo en la corta montaña y un cohete en las llegadas. Y ninguna prueba de un día como el Mundial en ruta. Un cara a cara con los 200 mejores corredores del planeta en el que no hay lugar para el mínimo fallo. El Tour, la Vuelta, el Giro pueden dar una segunda oportunidad tras una caída, un despiste, una gastroenteritis o una mala tarde. El Mundial, como la París-Roubaix o la Lieja-Bastoña-Lieja, no sabe qué es la piedad.

Valverde ganó a lo grande en una carrera que entró en la historia del ciclismo porque hizo justicia con un corredor que, a los puntos, merecía contar con un Mundial en su palmarés hace mucho tiempo. Pero aquí no hay jueces que apunten golpes conectados en sus libretas, aquí el único juez es una línea blanca pintada en la carretera. El campeón del mundo, el mejor, se decide en una simple carrera, a una carta. La gloria será para el primero que llegue. Así de sencillo. ¡Cuántos mundiales habremos corrido de niños!

Tal vez a los más jóvenes, con toda la vida por delante, les cueste entenderlo, pero en Innsbruck Valverde superó al peor de los rivales, a uno que pedalea silencioso y sin hacer ruido porque sabe que, al final, siempre se llevará por delante a todo el pelotón. Valverde ganó a los mejores ciclistas del mundo, pero también derrotó al paso del tiempo, a un DNI que le decía que estaba ante la última oportunidad para lograr algo que merecía. Correr como lo hizo con esa presión en la espalda convirtió su triunfo en mágico, de esos que los abuelos adornarán cuando sus nietos le pregunten por Alejandro Valverde.

Para entender la magnitud de lo logrado por el murciano habría que volver atrás justo hoy 23 años, cuando el mejor ciclista español de la historia se encontró en una situación parecida. El 8 de octubre de 1995, Miguel Induráin se subió a la bicicleta en Duitama (Colombia) para completar su palmarés. En julio, había disfrutado de las vistas de París desde lo alto del podio por quinta ocasión consecutiva, pero intuía que su retirada estaba cercana (lo dejaría al año siguiente), así que aquel Mundial estaba marcado en rojo en el calendario.

Induráin controlaba la carrera como si fuese el hermano mayor en aquella excursión

Fue un Mundial dantesco, disputado en altura (2.500 metros) y con un recorrido que incluía la ascensión a un imponente muro (el alto del Cogollo). Fueron 265,5 kilómetros infernales, bajo la lluvia y con un Induráin obsesionado con el oro. Pocas veces se le vio correr con tanta agresividad. Los kilómetros pasaban y las cunetas se llenaban de abandonos. Solo terminaron 20 corredores y cuatro de ellos se jugaron el triunfo: Abraham Olano, el italiano Marco Pantani, el suizo Mauro Gianetti y Miguel Induráin, que controlaba la carrera como si fuese el hermano mayor en aquella excursión.

Merece la pena repasar aquella carrera. La figura de Induráin se hacía más grande a cada kilómetro que pasaba. Con la cabeza agachada para contar el viento, sus rivales parecían hacerle reverencias en plena competición, pero en la última vuelta todo saltó por los aires. Olano lanzó un brutal ataque y se escapó bajo la lluvia. El equipo español le había dado libertad para hacerlo e Induráin aceptó la situación. Se puso al frente del grupo, bajó una marcha y empezó a lanzar miradas a Pantani y Gianetti. El mensaje era claro. Que nadie se moviese. Y nadie se movió. Olano aguantó en cabeza pese al pinchazo de su rueda trasera en los últimos kilómetros y se hizo con el título mundial. Poco después llegaba el trío de escapados comandado por Induráin, que celebró su segundo puesto con rabia, alzando su puño derecho al cielo… como si fuese un corredor cualquiera.

España celebró aquel oro, el primero de su historia, pero no del todo. La medalla lucía en el pecho equivocado. Como sucedió en Innsbruck con Valverde, en Duitama el guion perfecto incluía la victoria de Miguel Induráin. El ciclista que tantas alegrías había dado merecía incluir en su palmarés el campeonato del mundo porque, sencillamente, era el mejor del mundo. Al navarro siempre se le acusó de correr con una calculadora en la cabeza, de ser capaz de dejar el corazón en el hotel antes de cada prueba. Lo demostraba en el Tour, donde dejaba escapar victorias de etapa para guardar unas pedaladas que después empleaba para subir al podio en París. Y lo demostró aquella tarde en Duitama, cuando dejó marchar a Ola no mientras España entera, en el sofá, gritaba para que, por una puñetera vez, dejase de ser Induráin y se lanzase por un oro que le pertenecía.

Al año siguiente, en las laderas de Hautacam, muy cerca de Lourdes, Induráin cedió el trono del Tour ante el danés Bjarne Riis, que años después confesó haberse dopado entre 1993 y 1998. Al navarro ya no funcionaba la calculadora. Ni el corazón. Fue el punto final de su reinado, cinco años en los que dominó las carreteras francesas para entrar en la historia del  ciclismo y sentarse en la misma mesa que Merckx, Anquetil e Hinault (después llegaría Armstrong, pero sería expulsado por malos modales). Un lustro en el que sacrificó todo por el Tour, razón por la que faltan muchas cosas en su palmarés. Por eso no disputaba la Vuelta a España. Hasta correr el Giro, que ganó dos veces, formaba parte de la preparación para el mes de julio.

Muchos amantes del ciclismo tenemos clavada una espina desde 1995 y por eso nos alegramos tanto del triunfo de Valverde. Fue como ver a Induráin sin calculadora, con el corazón latiendo a toda velocidad en la última recta de meta, en la última oportunidad, sin un Olano por delante con la rueda pinchada. ¡Gana! Es solo una carrera ¡Gana, Alejandro! ¡Gana lo que Miguel no quiso ganar!. Y ganó. Y Ganaron.

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