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Pablo Casado el cualificado

Pablo Casado, en el acto de inicio de campaña electoral. EFE
photo_camera Pablo Casado, en el acto de inicio de campaña electoral. EFE

SERÍA CURIOSO comprobar qué harían los grandes líderes españoles si tuvieran que incorporarse al mercado laboral y no existieran las puertas giratorias. Casado, con suerte, acabaría trabajando en un Burger King. Allí he conocido yo a gente mucho más joven y cualificada que él.

Se licenció en Administración y Dirección de Empresas pero jamás administró ni dirigió una. Tras años y años de fracasos académicos sacó media carrera en un curso. Eso, o es que el tío es un portento o las sospechas sobre ese título están más que justificadas. Lo mismo se diría de su máster, cursado sin asistir a clases, sin saber ni quiénes eran sus profesores y entregando tres trabajitos que dijo tener guardados pero luego no quiso enseñar, por lo que es más que probable que no hayan existido jamás. Luego vendió como otro máster de Harvard lo que no fue más que un cursillo en Aravaca.

¿Quién pondría en sus manos una empresa con esos antecedentes? Nadie. Por suerte para él, esa trayectoria con la que difícilmente encontraría trabajo como reponedor en un Carrefour, le sobró para alcanzar el liderazgo de su partido y le basta para postularse a la presidencia de España.

Eso no significa que Pablo Casado sea tonto. No lo es. Su estrategia para hacerse con la sucesión de Rajoy fue eficazmente planificada. Quedó segundo en las primarias y pactó con Cospedal contra Soraya. Se desenvuelve con soltura en el juego político porque ahí sí tiene experiencia. Cuando empezó a radicalizar su mensaje en la campaña de primarias sorprendió a muchos, que explicaron ese cambio de postura bajo la teoría de que se dirigía a los militantes más ideologizados, los menos fieles a Soraya, pero con el paso de los meses hemos comprobado que no se trataba de una estrategia temporal.

Sea eso bueno o malo resultó que Casado es un hombre de principios, dispuesto a jugárselo todo por llevar a su partido a las posiciones más a la derecha de las últimas dos décadas. Dicen quienes lo conocen que no se trata de una estratagema para impedir la sangría de votos que le provoca Vox, sino porque defiende aquello en lo que cree. Puede haber un poco de ambas cosas.

También es hombre de lealtades y eso lo supimos el día en que abandonó a Rajoy para volver junto a Aznar, quien le dio sus primeras grandes oportunidades en política.

Con todo ello, lo que tenemos es a una persona incapacitada para competir en el mercado laboral con un chico o una chica más preparados que él, pero que se crio en los despachos viendo cómo se juegan las carreras políticas, cómo se crean y se destruyen, cómo funcionan en esas esferas las lealtades y las traiciones y cómo se gestan las victorias y se administran las derrotas.

Estamos a punto de comprobar cuánto de eso ha aprendido y si sabe o no aplicarlo. Es probable que no sobreviva a una derrota clamorosa, en cuyo caso podríamos encontrarlo currando en un Carrefour, pero tiene alguna opción de gobernar incluso perdiendo.

Es curioso pero es así. El mercado laboral y el mercado político son antagónicos. Hay excepciones honrosas. Acuérdese usted de Gerardo Iglesias, aquel dirigente del PCE que dejó la Secretaría General para volverse a la mina porque en su caso la política y la mina eran una misma cosa. Si Casado acaba en una mina no lo hará con la cabeza alta como efe Gerardo Iglesias.

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