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San Mamés en Galiza. O no

Ilustración para el blog de Rodrigo Cota. MARUXA

ES RECURRENTE en Galiza la devoción antigua a San Mamés, o San Mamede. Por todas partes tenemos ermitas o iglesias dedicadas a la advocación de este santo. También es verdad que no sólo ocurre aquí. Era un santo famoso entre la cristiandad, como todos los mártires antiguos. Luego, a medida que el santoral se fue ensanchando, otros santos, santas y vírgenes fueron tomando protagonismo, pero la devoción por estos primeros mártires sigue todavía hoy vigente, aunque a partir del S. XIX fue decreciendo.

San Mamés era un niño de la Capadocia, actual Turquía. Según algunos, de familia humilde; según otros, de familia patricia, nobles romanos. Unos y otros coinciden en que nació en la prisión en que sus padres, Rufina y Teodoro, estaban encerrados por practicar el cristianismo. Rufina y Teodoro, tras sufrir años de martirio, fueron ajusticiados al negarse a renunciar a sus creencias, lo que en aquella época era lo más normal.

Se dice, aunque no sé muy bien quién lo dice, que el pequeño Mamés vivió entre los años 259 y 275, momento en que fue llevado a un circo para ser devorado por leones. Pero Mamés, o Mamede, amansó a las fi eras, por lo que un romano le clavó un tridente. El joven, que tendría 16 primaveras, escapó del circo y murió a causa de las heridas ocasionadas por el tridente.

La parte que nos interesa viene tiempo después. Lucio Flavio Dextro, en su Chronicon Omnimodae Historiae, dice que en el año 430 los restos de San Mamés fueron trasladados de Capadocia a Galiza. Ahí empieza el problema, pues hoy se da por cierto que el tal Lucio Flavio escribió una crónica original que fue destruida y fantasiosamente recreada siglos después por un falsifi cador, Jerónimo Román de la Higuera, lo que invalida cualquier referencia a ese texto.

Pero resulta que un tal Juan Tamayo de Salazar, que vivió en el S. XVII, dice que en el año 714, los restos de San Mamede, fueron trasladados de Galiza a Chipre, lo que dotaba de verosimilitud a la anterior afirmación de que los restos del santo estaban efectivamente en Galiza, a donde sólo podían haber llegado desde Capadocia, con lo que nuestra honra patria quedaba debidamente restablecida. El caso es que el tal Tamayo de Salazar era otro falsificador, que ya es meter a dos mentirosos en el mismo tema: el uno para mentir sobre la llegada de los restos de San Mamede, y el otro para mandarlos a Chipre.

Quien intentó poner orden en el asunto fue Joseph Moreno, reputado teólogo que en 1693 publicó Niño gigante, obra enteramente dedicada a reconstruir la vida de San Mamede a través de fuentes que consideraba más rigurosas, quien duda de que los restos de San Mamede hubieran pisado jamás suelo gallego, pero a la vez trataba de encontrar una explicación alternativa: que la gran devoción que en Galiza se dedicaba a San Mamede correspondía a otro Mamede, un ermitaño gallego que estaba construyendo una ermita con la única ayuda de dos corzos (sí, dos corzos, qué pasa). Pero resulta que un lobo se tragó a uno de los corzos, por lo que este otro Mamede, el gallego, hizo que el lobo asesino tomara el lugar del corzo muerto y ayudara al corzo vivo a transportar las piedras.

Bueno, nadie ha explicado jamás cómo un corzo y un lobo pueden dedicarse al transporte de piedras, siendo sabido desde el principio de los tiempos que entre sus habilidades jamás los hemos visto ejerciendo tal actividad, pero en fi n: una rosa es una rosa y un milagro es un milagro.

La historia es ejemplar, pues empieza con una mentira reforzada con otra mentira y resuelta con un milagro imposible, así que es difícil saber realmente si hubo algún San Mamede o San Mamés en Galiza, vivo o muerto, pero nuestra historiografía tiene muchas de estas cosas y más cuando se trata de asuntos religiosos. Somos un pueblo que tiende a conservar y recuperar supersticiones ancestrales, lo cual es bueno, entiendo yo, pues nos hace imaginativos y fantasiosos, dos cualidades muy útiles para andar por la vida.

Es probable, según algunas fuentes que no aportan pruebas porque no las hay, que la leyenda del ermitaño tenga un origen cierto: el de un tío que construyó una ermita en la sierra de San Mamede para vivir en la oración y la contemplación, y que la leyenda del corzo y el lobo se incorporase más adelante para realzar las virtudes del buen hombre. Claro, si quitamos a los animales que le servían de transportistas de piedra, la cosa va adquiriendo cierto sentido.

Sea como fuere, las leyendas y las mentiras nos acercan a un misterio que igual no tiene solución tan difícil: en Francia, San Mamede, el de verdad, el que murió en Capadocia, goza de gran fervor, tanto como en Galiza o más. Así que los peregrinos bien pudieron traer la devoción a este santo a una Galiza fervorosa y ávida de personajes principales. O no. No parece que a estas alturas nadie pueda resolver el misterio, mucho menos usted y yo.