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Prisciliano

MUCHOS HISTORIADORES se han ocupado de Prisciliano y el priscilianismo. Murguía, por ejemplo, que lo cita 144 veces en el tomo segundo de su ‘Historia de Galicia’, pero quien mejor lo hizo fue el gran Benito Vicetto, que además de historiador era un enorme novelista y poeta. Entre su variada producción está ‘Los reyes suevos en Galicia’, obra fundamental para entender aquella época.

Prisciliano, a quien los amigos nos referimos familiarmente como Pris, vivió en el siglo IV y fundó un movimiento religioso que acabó convertido de hecho en una nueva religión que predominó en Galiza durante siglos y que puso en jaque a la iglesia católica. Vayamos al contexto. En época de dominio suevo existía en nuestro reino una absoluta libertad religiosa, rara en aquellos tiempos en ningún otro lugar. "A nadie se imponía un Dios, una religión: cada uno seguía las inspiraciones de su educación o de su conciencia, o de su instinto, o de su albedrío", explica Vicetto.

Así, convivían sin problema el idolicismo germánico importado por los suevos, el mitolocismo romano y el catolicismo. Esta última religión avanzaba a zancadas, valiéndose de una estrategia muy eficaz, que era la de llenar Galiza de templos y utilizarlos como verdaderos centros sociales que atraían a multitud de vecinos. De aquellas tres religiones que convivían felizmente, era la única que buscaba la conversión de fieles y contaba con una organización estructurada e ideada para crecer y multiplicarse, como hoy mismo.

En esas llegó Prisciliano, quien con su interpretación heterodoxa del culto, de los evangelios y de la liturgia puso en jaque a la iglesia. Sigue Vicetto: "Al poco tiempo, los priscilianistas hicieron grandes prosélitos en los pueblos de Galicia, y los obispos católicos se estremecieron en sus sillas al ver como cundía la deserción en las filas de la iglesia". Mientras el catolicismo funcionaba como una estructura vertical, en la que se primaba la conversión de ricos y poderosos, lo que a su vez generaba una base popular amplia, Prisciliano optó por el camino inverso y se dirigió a esa base. Frente a una Iglesia que se empeñaba sin éxito en convertir al rey Rechila I para ganar prestigio ante el pueblo, Prisciliano predicaba entre los pobres, que comenzaron a seguirle en masa. Los interesados poderosos acabaron siguiéndole igualmente.

Prisciliano

El gran problema era que Prisciliano era católico, y aunque él no entendía aquello como una competición, los jerarcas de la Iglesia sí. No sólo les disputaba la clientela, sino la supremacía, y con ella la fama, la fortuna y todo lo demás. Pronto empezaron a verlo como a una amenaza real y buenas razones tenían, pues fue Prisciliano quien ganó la batalla y lo hizo con tal contundencia que logró la hegemonía. Pronto toda Galiza era priscilianista y aquello creció de tal manera que comenzó a expandirse hasta el punto de que nuestro gran amigo fue nombrado obispo de Ávila. Toda la península ibérica era priscilianista y parte de las galias.

Así que, durante un viaje a Italia, lo condenaron por brujería y le cortaron la cabeza. El priscilianismo fue perdiendo posiciones pero se mantuvo fuerte en su territorio de origen y al menos durante un par de siglos fue la única religión practicada por nuestros ancestros. La Iglesia tardó mucho en derrotar a su gran competidora y mucho más en perderle el miedo. Todavía en el IV Concilio de Toledo, trescientos años después del asesinato de nuestro prota, se acusaba a la iglesia gallega de ser priscilianista, pues mantenían nuestros clérigos costumbres como lucir largas y hermosas melenas, propias de la corriente priscilianista, una estética que sin duda hoy daría buenos réditos. Nuestras iglesias estarían repletas si los curas llevaran melena, de eso no cabe la menor duda.

Piénsenlo. Luego dicen que no hay vocaciones. No las hay por algo, señores de la curia. ¿Cómo puede haber vocaciones si a los seminaristas no se les permite llevar melena? Melena y tatuajes.

El priscilianismo tenía su buen rollo. Las mujeres no eran excluidas, se comulgaba con uvas, los sacerdotes podían casarse y en los servicios litúrgicos, que se celebraban al aire libre si el tiempo lo permitía, además de cantar se bailaba. Ésas eran cosas que la iglesia católica veía con muy malos ojos, pero que seguramente ayudaban a convertir la práctica religiosa en algo menos formal y más llevadero.

Por fin aquello se acabó, pero todavía más de mil años después, se seguían escribiendo libros de condena a Prisciliano y a sus seguidores. Se dice que quien está enterrado en Compostela no es el Apóstol, sino Prisciliano, lo que constituiría un ejercicio de retranca monumental. Pues yo apostaría a que sí. No hay constancia de que Santiago hubiera llegado a Galiza, ni vivo ni muerto, pero lo de Prisciliano tiene sentido. Aquí vivió, aquí predicó y sí está documentado el traslado de sus restos, o sea que en algún lugar está enterrado entre nosotros.