Blog | Galicia histérica

Castros, mouras y mouros

Aquí tenemos dos casos en uno: el primero sobre cómo la tradición oral puede tener un origen certero; y otro que nos dice que en muchas ocasiones se distorsiona el relato de tal manera que se convierte en una fantasía imposible.

COTALos castros, que durante muchos siglos habían conformado las estructuras social y territorial se fueron abandonando lentamente hasta que no quedó ninguno habitado. Así fueron pasando otros tantos siglos hasta que se perdió su memoria. Se daba por hecho, en parte con razón, que habían sido construidos por una raza ahora hay que decir una cultura, pero entonces no se daba esa exigencia, que había habitado esta tierra anteriormente. En parte con razón, digo, porque los constructores de los castros no se habían mezclado con nadie hasta la romanización. A ver, sí a lo mejor de la unión carnal entre un mercader fenicio y una hermosa celta nació un día un chamaquito o una chamaquita, pero eso sería una excepción. Tras la llegada de romanos y suevos nuestro ADN varió mucho, o sea que los constructores de los castros nada tenían que ver, en casi ningún sentido, con la posterior Galiza medieval.

El caso es que la memoria de aquel pueblo se había extinguido hasta llegar al punto en que nadie sabía exactamente qué era un castro o una mámoa ni para qué se había construido. Así que hicieron lo que hacemos siempre: culpar a los extraterrestres, con la salvedad de que como en la Galiza medieval no había extraterrestres, adjudicaron las obras a un pueblo extinguido que había vivido allí antes que ellos. Es verdad que no sabían que llevaban buena parte de su sangre, pero eso no era culpa suya. Qué iban a saber. Así que se buscó para esas extrañas construcciones abandonadas una explicación en plan Cuarto Milenio y surgieron las leyendas de mouros y mouras, que son dos seres diferenciados.

Se decía que bajo esos castros habitaba un mouro que explotaba una mina de oro o una moura, que eran más bien hechiceras que entregaban un don. Se relataban casos en los que uno o una de esos seres mitológicos ponían a prueba a alguien, cubriéndolo de oro a cambio de prestar un servicio, pero si contaban el secreto del encuentro o no cumplían su cometido, lo perdían todo o sufrían otro hechizo pero esta vez en plan muy chungo.

Se decía que bajo esos castro habitaba un mouro que explotaba una mina de oro o una moura, que eran más bien hechiceras que entregaban un don 

Las leyendas de mouros y mouras, que todavía no he puesto aquí que nada tienen que ver con los moros que conquistaron todo menos el reino gallego, pervivieron durante siglos, hasta que no hace tanto tiempo, cosa de dos siglos o poco más, algunos eruditos, muchos de ellos hombres de Iglesia y otros estudiosos del pasado, empezaron a arrojar algo de luz y de sentido común sobre la época anterior a la romanización de nuestra tierra. Hoy todos sabemos con bastante certeza qué es un castro, cómo se organizaba la sociedad que los construía y por qué se construían donde se construían y que finalidad tenían, que era la de vivir tranquilamente dentro de una fortaleza con unas defensas que todavía hoy causan admiración. Porque al final se dejaron tras la batalla de Medulio, que si hubieran obligado a los romanos a conquistar cada castro todavía hoy estarían en ello.

Así que las leyendas de mouras y mouros se habían extendido y replicado por todo el país, con algunas variantes locales, según la imaginación de quien las contaba, y se tuvieron por ciertas durante seis siete u ocho siglos, yo qué sé, o más. El pueblo gallego tiene más leyendas que ningún otro porque somos más imaginativos y crédulos, lo que no constituye una crítica, sino la constatación de una característica. Hecho diferencial. Con eso y tres cubatas ya tenemos otra razón para conceder la independencia a España.

Hoy esas fantasías forman parte de nuestro acervo cultural, que también es mayor que en casi cualquier otro lugar del mundo conocido. Las leyendas de mouros y mouras tienen su encanto. Si las busca usted puede conocer medio centenar de ellas en cuatro minutos. Son todas muy parecidas, ya le digo, pero las hay que acaban bien y otras con finales terroríficos. Algunas son enternecedoras y otras misteriosas, hay un poco de todo, lo que de paso nos demuestra que con uno o dos elementos comunes se pueden inventar infinitas historias. La ficción es exactamente eso.

Es curioso que a lo largo de más de dos milenios, se construyeran castros y mámoas y se levantaran pedrafi tas, cómo luego se perdió la memoria de aquella época, cómo se trató de aplicar recurriendo a la fantasía y cómo al final llegó gente de bien a reconstruir todo aquel pasado, el real, y contárnoslo. A mí me encantan los primeros historiadores de verdad, los que entre XVII y principios del XX, todos ellos autodidactas aunque muy sólidos en cuanto al método y al rigor empezaron a investigar y a transmitir nuestro pasado más remoto. Se equivocaban mucho y algunos también fabulaban y luego discutían llegando en ocasiones al odio visceral y eso mola mazo. Qué grande era Camilo Sesto.

Comentarios