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Misionero gallego crucificado en Japón

qweqweqweqwSan Francisco Blanco era un santo. Tiene su lógica. De ahí que lo santificaran. Pues nació el buen hombre en A Gudiña, Tameirón, Ourense, en 1570 y acabó crucificado en Japón el 5 de febrero de 1597. Aunque en Galiza es casi un desconocido salvo para sus vecinos, su vida, su obra y su martirio gozan de gran prestigio entre los católicos orientales, especialmente los japoneses, por motivos obvios.

Empezó sus estudios con los jesuitas de Monterrey, siguió en Salamanca y pasó a Villalpando, Zamora, donde tomó los hábitos franciscanos. Luego de vuelta a Salamanca, a otro convento. Era un tipo capaz, tímido y enfermizo, condición esta última que favorecía con ayunos constantes, vigilias y mortificaciones. Eso no lo haga usted sin supervisión de una persona adulta, que Francisco se puso a morir. Muy malito, muy malito. De ahí lo mandaron a Pontevedra, donde se curó, imagino que porque le prohibieron hacer esos sacrificios que estaban acabando con su vida. Estando en Pontevedra, se juntaron allí varios misioneros de Noia, de Muros y de otros lugares, 16 en total, que se disponían a emprender una misión evangelizadora por América y Oriente, así que Francisco Blanco trató de unirse al grupo.

Lo rechazaron por escuchimizado, aunque no creo que utilizaran esa palabra para explicarle los motivos. Que no lo veían en forma, vaya, así que se puso muy triste pero no desistió de su empeño. De pronto le dio por irse a misiones. Enterado de que en Sevilla se fraguaba otra expedición con idénticas metas, allá se fue, a ver si lo aceptaban y sí, lo aceptaron, entre otras cosas porque tenía ciertos conocimientos de medicina y farmacia que venían de sus estudios y de sus prácticas atendiendo a enfermos en los conventos por los que había pasado. Se dice que tenía un recetario abundante con el que curar dolencias de todo tipo. En 1593, con 24 años, llegó con sus compañeros a México, donde permaneció cosa de un año mientras algunos iban embarcando a sus destinos definitivos. De ahí pasó a Filipinas, donde estuvo un par de años más. Estamos en 1596 y por fin llegó a Japón.

Hablamos de una de las primeras misiones evangelizadoras a Japón, que no eran demasiado mal vistas en principio porque por entonces nadie en Japón le decía a nadie en quién tenía que creer. Además de eso, los gobernantes japoneses tenían interés en activar el comercio con Europa, así que los recibían con los brazos abiertos. Allí estuvo primero en Nagasaki y luego en Tokio, donde se labró gran fama como predicador y más como médico, para que luego nos digan de la medicina oriental.

Resulta que el japonés que mandaba en estos asuntos fue asesinado por otro japonés que ocupó su lugar, y este japonés, el malo, no veía con tan buenos ojos a aquellos misioneros, pues entendía que iban allí a meterse en sus asuntos, ni tenía tampoco el menor interés en mantener relaciones comerciales con Europa, así que hizo detener a todos los cristianos que se encontraron. A ver, no fue así de simple la cosa. Hubo un contexto que no cabe aquí de conflictos diplomáticos y alguna que otra escaramuza militar que pilló a los misioneros en medio y fueron utilizados como cabezas de turco. El 8 de diciembre de 1596 pillaron y detuvieron a Francisco Blanco dirigiendo un hospital de leprosos en Tokio. Esa misma noche, otras 25 personas, casi todas japonesas, tres de ellas menores, fueron igualmente apresadas y obligadas a emprender una marcha a pie a Nagasaki, donde los crucificaron en febrero de 1597, cuando nuestro compatriota no había cumplido los 27 años.

No debían ser los japoneses muy duchos en el arte de la crucifixión. En lugar de clavar las manos de los mártires como Dios manda, las sujetaron a la cruz con dos argollas y les atravesaron el cuerpo con dos lanzas, esto último no sé si a todos, pero sí al menos a Francisco Blanco, que así es como se le representa desde entonces, crucificado, atravesado por dos lanzas y con los brazos sujetos con argollas.

Se dice que una de esas argollas era demasiado ancha y que en medio de la agonía, a nuestro santo se le soltó el brazo, y que él dedicó sus últimas fuerzas a devolverlo a su sitio, pues ya que lo estaban crucificando, debió pensar, lo lógico es que cada uno cumpla con su cometido y el hombre no quería morir medio crucificado sino totalmente crucificado.

La comunidad católica japonesa no es muy grande. Anda por unos 2 millones de practicantes en un país de 200, pero a los llamados 26 mártires de Japón se les presta especial veneración, y nuestro Pedro Blanco es uno de los más queridos, por lo de la argolla, por su fama como médico y predicador y por la juventud de la que gozaba al morir. Fueron beatificados y luego santificados. Hay que reseñar que tras aquella crucifixión masiva, la prohibición del cristianismo duró unos dos siglos, tras los cuales los cristianos japoneses pudieron volver a practicar su religión en público y eran miles, descendientes casi todos de los japoneses evangelizados por Pedro Blanco y sus compañeros, así que para ellos este martirio es significativo.

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