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Los tristes paneles

Sin asdas

SEGURO QUE a usted le ha ocurrido en diversas ocasiones, como a todos. Es un mal que padecemos en Galiza. Alguna vez ha ido a visitar un castro, o un conjunto de petroglifos, o cualquier otro ejemplo de nuestro inigualable patrimonio histórico y arqueológico y se ha encontrado con unos paneles informativos que nos cuentan de manera didáctica y resumida, lo que significa eso que estamos admirando.

Y déjeme adivinar: esos paneles estaban descoloridos, cuarteados, agonizantes o definitivamente muertos. Muchas veces, ante los paneles de un castro, uno se pregunta qué fue primero, el panel o el castro. A ver, señores y señoras de las instituciones, me atrevería a decir que de casi todas las instituciones de nuestro país. Pregunto, en serio: ¿no se han inventado los paneles exteriores resistentes a los cambios de temperatura y de humedad? Ya le digo yo que sí. Desde hace miles de años. Un petroglifo es en muchas ocasiones un panel informativo, y así sigue, mucho más lozano que el otro panel que nos lo explica, lo mismo que los textos inscritos en un miliario.

Nuestro patrimonio merece un respeto que raras veces le damos. Se excava un castro, se ponen unos paneles para hacer una foto para la prensa y al cabo de un año vuelve uno por ahí y encuentra el castro comido por la maleza y esos paneles que dejaron de cumplir su función de informar para convertirse en grotescos exponentes agrietados del trato que damos a la obra de nuestros ancestros. Hay que hacer las cosas bien. ¿Para qué excavar un castro que poco puede aportar al estudio de la época y sus costumbres, gastarse ahí una pasta, poner unos paneles de eficacia efímera, largarse de ahí y dejarlo en el más absoluto de los abandonos? Digo un castro como puedo decir una mámoa, un foxo de lobos o un castillo medieval.

Céntrense: concentren los recursos en menos excavaciones más prometedoras y sigan en ellas campaña tras campaña hasta completarlas; conviertan el resultado en un lugar visitable, cuídenlo, límpienlo, manténganlo y pongan unos paneles decentes. Todo lo demás es perder el tiempo y tirar el dinero del pueblo gallego. Hay ejemplos, no muchos. Se me ocurre el paseo que recorre una excavación ejemplar, la Cibdá de Armea, en Santa Mariña de Augasantas, Allariz. Tienen aquello como los chorros del oro. Dinero bien invertido que genera un gran retorno en visitantes que gastan su dinero en comer, en dormir, en beber Dama Alaricana y en los afamados almendrados de Fina Rei, mi tía política, hermana del padre de mi señora.

No está nada mal tampoco el esfuerzo que la Deputación de Pontevedra está haciendo en A Lanzada, un yacimiento que empezó a excavarse, así a ojo, en tiempos del rey suevo Hermerico, fundador del Reino de Galiza, primero de Occidente por mucho que le digan a usted que no, que el primer reino europeo es España, que se inventó milenio y pico después. Pues el castro de A Lanzada se excavaba durante un verano y pasaban dos o tres o cinco décadas hasta que se iniciaba una nueva campaña. Siempre se ha sabido que lo que tenemos ahí, bajo la tierra, es una joya, pero nunca se había decidido intervenir seriamente hasta ahora.

Seguro que hay más ejemplos por ahí que no conozco de campañas bien planteadas, pero en todo caso el porcentaje es mínimo. Hay que empezar a entender que no se hace una exploración y una intervención para disfrute de arqueólogos, antropólogos e historiadores. Se hace, o debe hacerse, para el pueblo que las paga y al pueblo que las paga no le sirve para nada un castro lleno de maleza, un panel cuarteado o una mámoa en una rotonda, que yo he visto una en un parque eólico.

Lo que ocurre es que para que el pueblo pueda disfrutar de su patrimonio hay que mantenerlo, y eso es imposible cuando en un verano se excavan decenas y decenas de muestras de ese patrimonio, en muchas de las cuales no se piensa volver a intervenir jamás porque hay miles de castros y no todos tienen la misma importancia. Claro, no hay dinero en el mundo para mantener todo eso libre de maleza y con unos paneles decentes. Pero sí lo hay para mantener campañas anuales programadas en un mismo castro todo el tiempo que sea necesario, consolidar las zonas excavadas, hacerlas visitables, mantenerlo todo en condiciones y estudiarlo a fondo. Y para unos paneles decentes, por favor, los paneles, que no se caigan a pedazos. Eso es gastar bien el dinero público en nuestro patrimonio. Lo demás es hacerse en interesante para sacar una foto en la prensa que todo el mundo olvidará al día siguiente, ya no digo a los dos o tres años.

Creo que hay pocos países que respeten tan poco su patrimonio histórico como Galiza. Con excepciones, ya digo: en Pontevedra nos acabamos de gastar tres millones en comprar un convento de ocho siglos para cedérselo al Museo. Pero lo que hace falta es una política de país, que no la veo ni la he visto nunca.

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